Ya, pero no es lo mismo

¿Cuál es el problema de las finanzas españolas? ¿La gran deshonestidad de unos pocos o las pequeñas deshonestidades de unos muchos?

“En abstracto, todos coincidimos en qué es fundamental recortar el gasto público excesivo”, me dijo una vez un antiguo profesor de política económica. “Lo que pasa es que todos coincidimos también en que el gasto público que nos afecta no es excesivo”. ¿En qué cabeza cabe que seamos nosotros (¡nosotros!) los responsables de que el Estado esté al borde de la quiebra? Contamos en nuestra defensa con un poderoso argumento: “¡Pero si lo mío es el chocolate del loro!” Incluso cuando la subvención de la que nos beneficiamos tiene un origen, digamos, discutible (usamos la tarjeta del abuelo para comprar medicinas, simultaneamos el cobro del paro con alguna chapuza, no pagamos el IVA) y algún estirado nos lo recrimina, disponemos de una réplica estupenda: “Ya, pero no es lo mismo”.

Mi amigo More me contaba el otro día que el ‘ya, pero no es lo mismo’ funciona como uno de esos limpiadores milagrosos que anuncian en la teletienda. Lo lava todo. Quizás no pueda con las manchas de sangre, pero tampoco exageremos el peso de la conciencia. Recuerdo una escena de ‘Modern Family’ en la que Jay Pritchett reprocha a su espectacular mujer colombiana que, si ha mentido al director del colegio, tendrá que vivir con ello toda la vida. Gloria gira lentamente hacia él la cabeza, lo mira con un profundo desprecio y le dice: “Te sorprendería saber con qué puede llegar a vivir la gente en mi país”.

La fuerza del ‘ya, pero no es lo mismo’ radica en que encierra una almendra de verdad: no es efectivamente lo mismo llevarse unos bolígrafos del armario de material que urdir la trama Gürtel, pero ¿cuál es el problema de nuestras finanzas? ¿La gran deshonestidad de unos pocos o las pequeñas deshonestidades de unos muchos?

El psicólogo israelí Dan Ariely escribía hace poco en el Wall Street Journal que a un amigo suyo que se había quedado encerrado fuera de casa le sorprendió la rapidez con que el cerrajero le abrió la puerta. Vaya asco de seguridad, le dijo, pero el cerrajero le explicó que era suficiente para proteger a la buena gente de la principal amenaza contra su propiedad: el resto de la buena gente. “El 1% de los ciudadanos son siempre honestos y nunca roban”, le explicó. “Otro 1% son siempre deshonestos e intentarán […] robarte [hagas lo que hagas]. La cerradura te defiende de ese 98% básicamente honrado, pero que se sentiría tentado de forzar tu puerta si no hubiera una cerradura”.

“Tendemos a pensar que la gente es honesta o deshonesta”, escribe Ariely, pero no es cierto. “Casi todo el mundo hace trampas, aunque sólo un poquito. […] Nuestro comportamiento es el resultado de dos inclinaciones contrapuestas. Por un lado, nos encanta beneficiarnos de las trampas y conseguir tanta gloria y dinero como sea posible; por otro, nos gusta vernos a nosotros mismos como gente íntegra y honorable”.

Ariely ha verificado experimentalmente esta lamentable hipótesis. Facilitó a un grupo de sujetos 20 ejercicios parecidos a un sudoku y les ofreció una suma de dinero por cada uno que resolvieran. Luego hizo el mismo encargo a otras personas, pero con una diferencia: dejó que se corrigieran los exámenes y los trituraran después. ¿Qué pasó? Mientras en el primer grupo la mayoría de los sujetos sólo acababan cuatro sudokus, en el grupo de la trituradora resolvían seis…

“En nuestros experimentos”, escribe Ariely, “pusimos a prueba a miles de personas y, de vez en cuando, dábamos con tramposos agresivos, que intentaban quedarse con todo el dinero que podían” y que incluso alardeaban de haber “resuelto los 20 [sudokus]”. Eran casos excepcionales y sólo le costaron a Ariely unos cientos de dólares. Los que sí abundaban, por el contrario, eran los pequeños tramposos, “pero había tantos que nos hicieron perder miles de dólares”.

A los gobernantes corruptos y manirrotos hay que exigirles responsabilidades y encarcelarlos si hace falta. Pero debemos ser conscientes de que nuestras finanzas no se hallan en su deplorable estado actual por culpa de la trama Gürtel (unas decenas de millones) o de lo que nuestros políticos se gastan en coches oficiales, televisiones autonómicas y prebendas varias (su supresión no daría ni para tapar un punto de déficit).

Lo que lastra las arcas públicas es la suma de esos millones de pagos modestos (el chocolate del loro) que se van en pensiones, en educación, en sanidad o en ese fraude en el que incurrimos amparados en el tranquilizador argumento de que no es lo mismo.

Publicado en Actualidad Económica / Orbyt en agosto de 2012

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