La gente desperdicia generalmente los comentarios desagradables. Es un error. El amor es ciego, pero el odio es penetrante.
La familia es la base de la civilización occidental: eso explica su atormentada historia. ¿Le ha enseñado alguna vez a su cuñado un coche nuevo? No se fija en el elegante diseño ni en la tapicería de cuero ni en los bafles autoamplificados. Va derecho adonde más duele. “¿Lleva asientos calefactados?” Naturalmente, no los lleva. ¿Y han discutido de religión con su cuñada? El domingo se me ocurrió hacer un comentario sobre los evangelios y ella dijo: “¿Ah, sí? ¡Cuánto sabes!” Sólo el tono ya daba miedo. Luego me fue acorralando como una experta ajedrecista hasta que quedé en una posición insostenible, balbuciendo sonidos inconexos. Me dio rabia, no voy a negarlo, pero también pensé: “Qué suerte tener una cuñada que se sabe de memoria a Küng y me ayuda a poner en evidencia estas lagunas inadvertidas de mi formación”. Porque Plutarco escribió Cómo sacar provecho de los enemigos, pero yo tengo a mis cuñados.
La gente desperdicia generalmente los comentarios desagradables. “No hagas ni caso”, dice tu madre. Pero el amor es ciego, mientras que el odio es penetrante. Tiene razón Plutarco: para triunfar de verdad hacen falta enemigos implacables. Están siempre al acecho. Igual no se enteran de que un amigo se les muere, pero de usted lo saben todo: las indisposiciones leves, los préstamos, las desavenencias conyugales. “Así como los buitres son arrastrados por los olores de los cuerpos muertos”, escribe Plutarco, “así las cosas enfermas, malas y dolorosas de la vida mueven al enemigo y contra éstas se lanzan”. Y concluye: “Es propio de un hombre inteligente sacar partido de ello”.
Los cuñados pueden cumplir una finalidad similar. Si acaba de hacer una obra en su casa, no deje de pasearlos por ella. Algunas observaciones son inaprovechables, como: “El color del dormitorio es vomitivo”. Pero nadie mejor que ellos para detectar humedades, mosaicos que no casan y problemas de fontanería. “Este lavabo no traga”.
¿Y no puede uno vengarse? Los clásicos aconsejan ser justo y generoso. Saben que eso es lo que más molesta. “Magnanimidad, humanidad y favores”, dice Demóstenes. “Estas cosas retuercen la lengua, cierran la boca, ahogan y hacen callar”. A mí me parece demasiado cruel, qué quieren que les diga. Por eso de vez en cuando les suelto alguna impertinencia. También tienen derecho.
Publicado en ‘La Gaceta de los Negocios’ en marzo de 2007