“España”, dice el candidato republicano, “gasta el 42% de toda su economía en el Gobierno”. ¿Es ésa la causa de nuestros males?
Se está convirtiendo en una costumbre entre los políticos occidentales poner a España como ejemplo de fracaso. Mal asunto. Nicolas Sarkozy ya trató de asustar a los votantes de François Hollande diciendo que sus políticas arrastrarían a Francia a “la situación en que se encuentra España”, algo “que no hay ningún francés que desee”. Ahora Mitt Romney vuelve a señalarnos con el dedo. “No quiero seguir el camino de España”, le espetó anoche a Barack Obama durante el debate. ¿Y cuál es ese camino? “España”, dijo, “gasta el 42% de toda su economía en el Gobierno. Y nosotros también gastamos el 42%”.
El candidato republicano se refería al tamaño del Estado, o más técnicamente, al peso del sector público en el PIB. Al parecer, usó las cifras que proporciona la Heritage Foundation, un think tank conservador, pero las de la OCDE no varían mucho. Dan un 39,9% para España y un 39,8% para Estados Unidos. Los dos países tenemos además graves desequilibrios en nuestras cuentas públicas: cerraremos 2012 con déficits superiores al 7%. Estamos ahí mano a mano, como dice Romney. Ahora bien, ¿qué tiene que ver una cosa con otra? O dicho de otro modo, ¿es un Estado grande sinónimo de mala administración?
La respuesta es que no necesariamente. Los tres países de la eurozona que aún conservan la triple A destinarán en 2013 a gasto público una proporción del PIB muy superior al 42%: Alemania llegará al 45,3%, Holanda al 50,1% y Finlandia al 54%.
Es más, la norma entre los países prósperos es que tengan un Estado más bien grandecito. En Europa, sólo cuatro presentan una ratio inferior a ese 42% (que es por cierto la media de la OCDE): España, Estonia (38,4%), Eslovaquia (36,6%) y Suiza (33,9%).
A Romney no le falta, sin embargo, razón cuando asegura que un Estado del Bienestar generoso es una pesada carga. Andreas Bergh y Magnus Henrekson, dos economistas suecos, han revisado la literatura académica y su conclusión es que se ha alcanzado “algo muy próximo a un consenso” sobre “la correlación negativa entre el tamaño del Gobierno y el crecimiento económico”. El efecto no es despreciable: el PIB se contrae entre el 0,5% y el 1% por cada 10 puntos adicionales de presión fiscal.
¿Y cómo se explica entonces el brillante desempeño de los países nórdicos? ¿Por qué “Suecia vuela como un abejorro”, como líricamente señala el FMI, en vez de planear como una caja de herramientas?
El Fondo da dos explicaciones. La primera es que las economías nórdicas han compensado el impacto contractivo de su fiscalidad con una intensa desregulación: hay mucha más libertad económica. La segunda explicación se llama rigor contable: los escandinavos son implacables en materia presupuestaria. Noruega cierra con superávit todos los ejercicios desde hace dos décadas, y Suecia, Finlandia y Dinamarca se han permitido leves déficits en momentos contados.
Estados Unidos y España han sido, por el contrario, más relajados a la hora de gestionar sus cuentas públicas. En España, aparte del juego de los estabilizadores automáticos (durante una crisis, se te hunde la recaudación fiscal y se te dispara el gasto social), las autonomías han estado contratando a gente casi hasta ayer y no hemos hecho nada para embridar el monstruo de las pensiones. ¿Y en Estados Unidos?
La Casa Blanca tiene colgado aquí un gráfico muy elocuente, en el que detalla de dónde han salido los 12,7 billones de dólares que se han sumado a la deuda pública en la última década. La recesión (esos malditos estabilizadores automáticos) es responsable de 4,3 billones y las reformas de Obama, incluida la sanitaria, de otros 1,4 billones. Pero el grueso, unos siete billones, es fruto de las políticas de George Bush: las guerras de Afganistán e Irak (1,4 billones), el gasto en defensa (1,7 billones) y, sobre todo, las rebajas fiscales (tres billones).
Romney debería pensar más en ello y menos en España.