¿Debe ser la felicidad, y no el crecimiento económico, el objetivo de nuestras sociedades?
Las personas que se quedan paralíticas tras un accidente recuperan en cinco años la alegría de vivir. Esta capacidad de adaptación es admirable, pero tiene su contrapartida: nos habituamos con la misma facilidad a lo agradable. Los coches no traían antes aire acondicionado, pero aguantábamos viajes eternos sudando como pollos sin rechistar. Cosas que fueron en su día lujosas se han vuelto corrientes y ya no nos producen placer. Ese acomodo explica por qué las sociedades ricas no son más felices que hace 50 años. ¿Qué lógica tiene entonces matarse para multiplicar una prosperidad que no reporta satisfacción adicional? “Una vez que un país ha llenado su despensa, no hay motivos para que siga creciendo”, planteaba hace unos años el economista Andrew Oswald. En su opinión, los hippies tenían razón: la felicidad, y no el aumento del PIB, debería ser el objetivo de nuestras sociedades. El conservador David Cameron llegó incluso a acuñar una nueva magnitud: el General Wellbeing, algo así como el Bienestar Interior General. ¿Debemos sustituir el PIB por el BIG?
Aristóteles decía que la felicidad era el fin último del hombre, pero Kant ya advirtió que como guía moral era poco práctica: no tiene sentido imponer un fin que ya se busca espontáneamente. Se pueden perseguir objetos tangibles, como una moto o una casa, pero la felicidad es un sentimiento difuso, un indicador diseñado por la evolución para que sepamos cuándo actuamos correctamente, pero un indicador escasamente fiable, porque hay quien disfruta torturando al prójimo.
En política sucede igual. Marcarnos como objetivo un aumento anual del BIG del 2% no va a resolver problemas muy distintos de los que ya resuelve un aumento anual del PIB del 2% (quién lo pillara, por cierto). La llamada nueva ciencia de la felicidad concluía hace poco que la gente vive más a gusto en una democracia que en una dictadura, pero eso ya lo sabíamos. Lo que nos gustaría saber es cómo mejorar la democracia. ¿Debería ser más igualitaria? Hombre, un poco de desigualdad incentiva el esfuerzo. ¿Y debería ser más participativa? Menuda pereza…
Incluso en el supuesto de que los políticos supieran lo que nos hace felices (que no lo sabemos ni nosotros), ¿deberían entrometerse? Somos humanos porque elegimos. Cuando se nos despoja de la libertad, aunque sea por nuestro propio bien, se nos trata como animales. Hay que defender ese “derecho a ser desgraciado” que reclama en Un Mundo Feliz el Salvaje.
Adaptado de un artículo publicado originalmente en La Gaceta de los Negocios