Placeres otoñales

Una vez remitido el calor estival, resulta muy agradable salir al campo para contemplar uno de los grandes deportes nacionales: pasear al perro suelto.

Se puede practicar con todo tipo de razas (terrier, doberman, pastor alemán), tanto en la modalidad individual como por equipos. En el pueblo donde paso los fines de semana son habituales las jaurías de galgos. Quienes las hayan visto alguna vez en acción difícilmente podrán olvidar la agilidad con que acosan a cualquier ciclista o corredor, mientras éste intenta huir por los sembrados chillando sin la menor compostura y mientras los propietarios de los animales gritan el reglamentario: «¡Si no hace nada!»

Cada región española ha desarrollado sus propias peculiaridades y no es mi intención hacer en el breve espacio de este post una relación exhaustiva de todas y cada una de ellas, pero sí querría referirme a la que en mi modesta opinión es la especialidad más espectacular: Rolf Suelta Inmediatamente Esa Pierna, tanto en la variedad de Persecución de Caniche (con o sin ingestión) como en la de Cacería Humana.

Los practicantes españoles han alcanzado una maestría rayana en la perfección. Se mantienen inmóviles como estatuas durante el tiempo que dura la faena, templando con todo el cuerpo, no sólo con el brazo. Jamás oirá salir de sus labios un lamento, un «No sabe usted cuánto lo siento». Cuando se aproximan a la pieza ya abatida lo hacen sin prisa, arrogantes, con la espalda bien recta, jugueteando ostentosamente con la correa, para que se sepa que la tienen, pero que no la usan porque no les da la gana.

Luego, una vez concluido el paseíllo, se inclinan sobre la víctima lo justo, sin descomponer la figura, realizan una breve inspección visual y sentencian: «Es que ha echado usted a correr y el animal se pone nervioso». O bien: «Parece que sangra un poco», siendo en este último caso preceptivo cierto tono de extrañeza, como si fuese inapropiado y hasta de mal gusto sangrar después de que un mastín de los Pirineos le hunda a uno los colmillos hasta la tibia. (Conviene señalar que en algunas competiciones internacionales se penaliza que el dueño del perro manifieste en este punto su legítima satisfacción, aunque no es éste por fortuna el caso de España, cuya afición siempre ha sido más tolerante con el juego físico.)

Una última reflexión. A menudo me preguntan mis amigos extranjeros cómo es posible que en este país perdure una actividad que se ha erradicado del resto de Europa y mi respuesta es que es algo sin duda vocacional, ligado quizá con la raza. Sus practicantes no reciben (increíblemente) reconocimiento oficial de ningún tipo, pero no hay recompensa comparable a reunirse con los amigos en torno a unas cervezas bien frías y comentar las incidencias de la jornada. «¡Tenías que haber visto la cara que ha puesto!» Risas. «¡Y cómo gritaba!» Más risas.

Otro día les hablaré de otro deporte rural que también nos ha deparado incontables horas de satisfacción: lanzar cohetes de buena mañana con el menor pretexto.

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