Por qué no nos entendemos (ni nos entenderemos nunca) con los alemanes.
Hay mucha gente que está cogiendo una manía injustificada a los alemanes, pero ya nos lo advirtió Paul Samuelson cuando le contamos que pensábamos hacer una moneda única con ellos. “Van a meterse ustedes en la cama con un gorila”, dijo. “Que tengan suerte”. Entonces no entendimos bien el comentario, pero a los economistas no se les entiende nunca todo lo que dicen, así que no le dimos más importancia.
Ahora ya sabemos a qué se refería. Los alemanes no son como nosotros. Son de una especie distinta. Voy a ver si me explico.
Juan Jesús Aznárez titula una crónica sobre la canciller: “Angela fue una chica divertida”. Cualquier se da cuenta en seguida de que el uso del adjetivo divertida para referirse a Merkel exige retorcer tanto la palabra, que probablemente quede inservible para referirse con ella a ninguna de las realidades a las que estamos habituados a asociarla. Por ejemplo, ¿puede decirse que Con faldas y a lo loco es una película “divertida como la canciller”? ¿Puede decirse canciller y divertida en una misma frase? ¿Lo consentirían el Bundestag y el Tribunal Constitucional alemán, o nos aplicarían un procedimiento de déficit excesivo, por administrar mal los recursos lingüísticos?
Los alemanes tienen un sentido de la economía tan extraordinario, que usan una misma palabra para varias realidades, no como nosotros, que somos unos manirrotos y usamos una palabra para cada cosa. Allí deuda y culpa se dicen igual: Schuld. Fíjense qué ahorro supondría ahora, que no se nos cae la palabra deuda de la boca.
No sé nada de alemán, pero probablemente también usen la misma palabra para decir infierno y procedimiento de déficit excesivo. Eso explicaría que estemos ahora como estamos: nos han condenado al fuego del ajuste eterno y no nos hemos enterado, porque creíamos que eso del déficit excesivo era la típica tangana administrativa que aquí resuelves con dos telefonazos a un amigo de Tráfico y resulta que no, que en Alemania las multas se pagan, incluso las de aparcamiento, y vamos a estar 10 años lampando por las esquinas. Diez años es lo mínimo que los alemanes despachan en materia de multas. No trabajan tallas más pequeñas. Si te sobra manga o te queda por debajo de la rodilla, ya sabes, te sales del euro. A Merkel todo le queda por debajo de la rodilla, incluso el escote, y fíjate cómo le va. De cine.
Alguno observará: “Oiga, pero antes de la crisis Alemania incumplió el Tratado de Maastricht muchas veces [14 entre 2000 y 2010] y no le pasó nada, y ahora lo incumplimos nosotros y la que nos está cayendo”.Y es verdad, pero vuelvo al principio: es que nosotros somos divertidos y ellos no. Quiero decir, en el sentido real de divertido, no en el de Merkel. Merkel ya sabemos que es divertida en el sentido de que cuando el Muro de Berlín se hunde lo celebra yéndose “al hotel Kempinskin a comer ostras” (todavía se les saltan las lágrimas a ella y al gobernador del Bundesbank cuando se acuerdan).
Nosotros somos distintos. Nosotros, cuando estalló la crisis de las subprime, estábamos pidiendo prestado en el exterior el equivalente al 10% del PIB para mantener el ritmo de gasto. Eso es divertido.