¿Asiste Occidente a los estertores del sistema capitalista?
La recesión empieza a durar más de la cuenta y hay quien se pregunta si no será el final del capitalismo, y no me refiero a indocumentados, sino a economistas de cierta categoría. Tyler Cowen dice en El Gran Estancamiento que el problema es estructural. Estados Unidos se benefició durante siglos de la cosecha de una serie de frutos: tierra gratuita, mano de obra abundante y poderosos inventos, “pero en los últimos 40 años esos frutos han desaparecido, aunque fingíamos que seguían ahí. No queríamos admitir que habíamos alcanzado una meseta tecnológica y que el árbol se había secado”.
También Robert J. Gordon sostiene algo parecido en un trabajo publicado por el National Bureau of Economic Research. Los aumentos de productividad vinculados a las tres revoluciones industriales (vapor y ferrocarril; electricidad y motor de explosión, y semiconductores) se han agotado y, con ellos, la mejora constante de bienestar.
Santiago Niño Becerra sería la contribución española a este destacamento de francotiradores. Dice que en realidad el modelo ya estaba acabado en 1991, pero que la gran industria, la gran banca y los políticos de todos los formatos lo han mantenido vivo dándonos créditos para que cambiáramos de móvil cada dos meses y medio y de coche cada dos años y medio. La gigantesca deuda acumulada es sólo el síntoma, no la causa de la crisis.
¿Es el fin del capitalismo? A largo plazo, el motor del progreso es la innovación y, si ésta se interrumpe, estamos fastidiados. Pero los rumores sobre su muerte son pura especulación y, puestos a especular, me quedo con la nueva teoría del crecimiento de Paul Romer, para quien el conocimiento no es una finca o un pozo de petróleo, que se agotan a medida que se usan. Al revés. Cuanta más gente accede a ese conocimiento, más posibilidades hay de que se reproduzca. Cuanto más se usa, más queda.
Por desgracia, no tendremos crecimiento ni nuevo ni viejo mientras sigamos apalancados hasta las tabas. Un estudio de Carmen M. Reinhart, Vincent R. Reinhart y Kenneth S. Rogoff coincide con Niño Becerra en que el actual nivel de endeudamiento de Occidente carece de precedentes y augura una digestión de décadas, aunque descarta que estemos a las puertas del apocalipsis. “No es exactamente lo que T. S. Eliot tenía en mente cuando escribió Así es como acaba el mundo / no con una explosión, sino con un gemido, pero la descripción se ajusta a la clase de daño que inflige la deuda”.