Los listos tienen muy buena prensa, pero a mí me da mucha pena la gente que acierta siempre.
Al piso de abajo le salió hace unos días una humedad en el techo. Llamamos al fontanero, nos levantó el suelo del baño, examinó unos instantes la instalación y dijo con gesto displicente: “¿Y quién les ha hecho a ustedes esto?” A mi mujer le molestó su suficiencia, pero a mí me da mucha pena la gente que acierta siempre. Mis padres me enseñaron que no todo el mundo tiene la suerte de equivocarse. Yo no me puedo quejar. La única vez que pisé un casino tardaron dos vueltas de ruleta en vaciarme los bolsillos. Seguro que eso me ha ahorrado muchos sinsabores. Lo mismo me pasó con la bolsa. Compré Indo una semana antes del crash de 1987, lo que me mantuvo a una prudente distancia de las puntocom.
Hay culturas en las que el fracaso es un activo. En Estados Unidos se considera una experiencia enriquecedora. Es una garantía de que no se volverá a cometer el mismo error. En España, por el contrario, no está bien visto. Es una pena. Seguro que a muchas empresas no les habría venido mal tener en su consejo a alguien que, en un momento dado, hubiera comentado: “Eso ya se nos ocurrió una vez”.
Los listos tienen muy buena prensa, pero la persona más inteligente que conocí se ganaba la vida como guarda jurado y no obtuvo nunca el graduado escolar. Se aburría en clase. “Antes loco con todos que cuerdo a solas”, escribe Gracián en su Oráculo manual. “El mayor saber es a veces no saber. Se ha de vivir con otros y los ignorantes son los más”. Tiene razón. Éste es un mundo de tallas medianas y la genialidad puede resultar tan inconveniente como la estupidez.
Piense en nuestros antepasados. Si seguimos aquí no es gracias a lo bien que hacían las cosas. Cada vez que el homo antecessor escuchaba un ruido detrás de un seto, no se acercaba para descartar empíricamente que no hubiera un tigre de dientes de sable, sino que salía corriendo. A lo largo de siglos de evolución, la naturaleza ha seleccionado a tipos cobardes y mediocres, que son los que han levantado la civilización occidental. Desde un punto de vista estrictamente científico, somos producto de una gigantesca chapuza.
Publicado originalmente en La Gaceta de los Negocios.