Maquiavelo aconsejaba al Príncipe gobernar apoyándose en el miedo, antes que en el amor, pero tiene sus limitaciones.
Me gusta caer bien a la gente. Es una limitación, pero no puedo evitarlo. Si me corto el pelo fuera del barrio, estoy un mes dando complicados rodeos para no pasar delante de mi peluquero habitual. No sé a quién habré salido. En mi familia siempre han disfrutado montando números. He visto cómo el miedo helaba las facciones del personal de Barajas cuando uno de mis tíos se acercaba a preguntar por un vuelo retrasado. Y en los restaurantes llaman al maître al menor percance. “Es por su bien, así mejoran para la próxima vez”, dicen mientras yo simulo que se me ha desatado el cordón del zapato y me oculto debajo del mantel. ¿Mejoran así las cosas?
El debate ha estado abierto desde que Maquiavelo concluyó que el Príncipe no debe procurar que sus súbditos lo amen, sino que lo teman. Muchos dicen que eso era lo que el Real Madrid necesitaba. Parece que sólo el látigo motiva a unos futbolistas que ya lo tienen todo: dinero, fama, sexo sin compromiso… También he leído que en el Manchester Ferguson emplea el “tratamiento del secador”: les grita a sus jugadores tan cerca de la cara que salen al campo con el moldeado hecho.
Fuera del deporte hay una larga tradición de gestión por el terror. El presidente de Revlon contrataba y despedía recepcionistas según hicieran juego con la decoración. Una cadena de ropa cortaba la corbata a los vendedores que no cubrían el presupuesto. Y un directivo de la NCR se enteró de que lo habían echado cuando encontró su mesa ardiendo sobre el césped.
La legislación sobre acoso ha limitado estas expansiones, pero es dudoso que hubieran podido mantenerse. El desarrollo de mercados cada vez más competitivos obliga a los déspotas a reprimirse si quieren retener el talento. Además, los controles exhaustivos no son siempre eficientes. Pan Am instaló un dispositivo de relojería en los armarios de sus aviones para acabar con el robo de botellitas de licor de 35 centavos. En medio de un vuelo, un auxiliar oyó el tictac, creyó que era una bomba y obligó a efectuar un aterrizaje forzoso. La broma le salió a la aerolínea por 15.000 dólares.
El principal inconveniente del terror es, con todo, que bloquea la crítica. Si insulta a sus subordinados cada vez que le llevan la contraria, se limitarán a sonreír y hacer la ola. El éxito de su empresa dependerá entonces de que usted no se equivoque nunca.
Publicado originalmente en La Gaceta de los Negocios.