La ventaja de ser pocos

La influencia política de los colectivos aumenta a medida que pierden peso demográfico.

Los agricultores franceses no son muchos, pero durante décadas se las han arreglado para impedir que se vendan en Europa productos que aliviarían la pobreza de millones de personas del Tercer Mundo.

—No entiendo cómo lo consentimos —dice mi amigo Ricardo. Nos ha invitado a pasar el día en su casa de la sierra. Ricardo es ejecutivo de una empresa de software y tiene un hijo que es un azote. Se llama Rubén y, mientras discutimos sobre la liberalización comercial, vuela del aparador al sofá abrazado como un mono a las cortinas del salón.

—¡Pero Rubén! —le reconviene su madre.

—Es un poco trasto, pero tiene buen fondo —comenta Ricardo dándole una cariñosa palmadita en el cogote—. No vuelvas a hacerlo, ¿eh?—. Y para garantizar un breve armisticio, le da 20 euros y lo despacha para un centro comercial.

—Ahí tienes la explicación —señala Vicente.

—¿La explicación de qué? —pregunta Ricardo.

—La de por qué un puñado de agricultores trae en jaque a millones de pobres del Tercer Mundo —comienza Vicente—. Friedman lo contaba en un artículo titulado La ventaja de ser pocos. Observó que la influencia política de los agricultores aumentaba a medida que perdían peso económico. Cuando la mayor parte de la población trabaja en el campo, como pasa en África, la minoría urbana vive a su costa. Pero cuando los agricultores se convierten en minoría, como en Europa y Estados Unidos, el resto de la población tiende a subsidiarlos a ellos.

Parece absurdo, pero tiene su lógica. Según Friedman, los grupos que se dedican a cazar rentas están limitados por su tamaño. Un Gobierno no puede dar un euro a cada miembro de una mayoría porque tendría que quitar más de un euro a cada miembro de la minoría. Pero para dar un euro a cada miembro de una minoría sólo necesita quitar unos céntimos a cada miembro de la mayoría. Así que, cuanto más pequeño sea un grupo, más posibilidades tiene de salirse con la suya.

—Especialmente si sabe hacer ruido y el Gobierno es rico —añade Vicente.

En ese momento irrumpe Rubén por la cristalera del salón sobre una bicicleta con las ruedas llenas de barro.

—¡Pero Rubén! —le reconviene su madre.

—No vuelvas a hacerlo, ¿eh? —le dice su padre llevándose la mano a la cartera.

 Publicado originalmente en La Gaceta de los Negocios.

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