Economía del crimen organizado

Los individuos no son buenos ni malos. Simplemente maximizan.

Mi amigo Bernardo hizo la mili en Campamento. Era alférez de zapadores. Un día robaron una pistola de su compañía y el capitán le encargó interrogar al sospechoso, un tal Sevilla. Bernardo probó varias tácticas. Le amenazó, le pasó el brazo por el hombro en plan colega, trató de apelar a su sentido de la solidaridad: “Mira que si la pistola no aparece van a arrestar a toda la compañía”. Nada. “Le juro por mi madre que no he sido yo”, replicaba invariablemente el Sevilla. Viendo que el asunto se alargaba, el sargento dio un paso al frente. “¿Me permite, mi alférez?” Se fue para el Sevilla y, sin mediar palabra, le sacudió una bofetada con la mano abierta. No hizo falta más. “¡Está en la cisterna del baño!”, gritó el Sevilla desde el suelo, mientras se cubría la cabeza con los brazos.

Bernardo me contaría años después que aquella lección de psicología práctica le había obligado a cuestionarse buena parte de lo que había aprendido en Políticas. “Al final va a ser verdad que existen individuos irrecuperables y que el único modo de tratar con ellos es a golpes”. Es una opinión muy extendida. Hay gente buena, hay gente mala y, para vivir en paz y armonía, tienes que mantener a la segunda alejada de la primera. He ahí el fundamento de cualquier sociedad civilizada.

Los economistas no están tan seguros. Creen que todo es cuestión de incentivos. Si ofreces lo suficiente, encuentras tipos dispuestos a matar a su madre. Y si garantizas impunidad, muchos probablemente lo hagan gratis. “Los individuos no son buenos ni malos. Simplemente maximizan”, escribe Stergios Skaperdas, de la Universidad de California. “Evaden impuestos o cometen delitos cuando esa conducta resulta racional”. Detrás del crimen organizado hay una lógica económica y, cuando algo tiene lógica económica, tarde o temprano acaba por hacerse. ¿Y cuál es esa lógica? El vacío de poder. Los empresarios que satisfacen la demanda de bienes prohibidos (inmigrantes, prostitutas, drogas) no pueden recurrir a los tribunales para reclamar el cumplimiento de los contratos. Necesitan que alguien vele por su seguridad, del mismo modo que el Estado lo hace por el funcionamiento del mercado. Las mafias prestan ese servicio.

Dado que siempre habrá demanda de bienes prohibidos, Skaperdas concluye que el crimen organizado nunca se erradicará. Naturalmente, allí donde el Estado sea débil, su proliferación será mayor. No es casual que las bandas que ahora están en todos los telediarios procedan del este de Europa. El desorden general les ha permitido desarrollar especialidades que ahora exportan con gran éxito a Occidente. Y me refiero sólo al uso de la violencia. Algunas bandas han multiplicado la productividad de actividades tradicionales (como el robo de cajeros) mediante la aplicación de modernas técnicas (como el soplete de acetileno). A la vista de su know how hay que decir que el nivel de nuestros delincuentes dejaba mucho que desear, pero no se preocupen, porque aprenden deprisa.

¿Acabaremos algún día como en México? No es probable. Allí la impunidad ha sido casi total. La policía se dejaba sobornar e incluso dirigía sus propias actividades de extorsión. Skaperdas atribuye la corrupción a la precaria situación de los agentes, cuyo futuro ha estado tradicionalmente en manos del político de turno. “Nadie habla bien de los funcionarios”, escribe, “pero no deberíamos olvidar lo que había antes: amateurismo y arbitrariedad”.

Publicado originalmente en La Gaceta de los Negocios

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