La tragedia de Messi

El éxito es la droga más adictiva, y no se encuentra en farmacias.

—Leí su entrada sobre Cristiano Ronaldo —me dijo la otra noche Melitón, el limpiabotas del Claridge, mientras aplicaba betún a los afilados mocasines de Monroe Stahr. Me sorprendió el comentario. Melitón no es analfabeto funcional, pero, como él mismo dice, se ha vuelto “muy selectivo”. O sea, que prefiere la televisión y, más concretamente, los dibujos animados. Pero tratándose de fútbol se conoce que hace excepciones.— Lo que no me quedó muy claro —añadió— es qué pasa con Messi.

—No sé a qué te refieres —respondí—. Lo único que pasa con Messi es que ha ganado cuatro balones de oro.

—Pues eso mismo. Usted escribía que Cristiano era desgraciado porque estaba constantemente comparándose con Messi. Pero Messi no tiene a nadie por encima. Es incomparable. Según su teoría, debería ser el hombre más feliz de la Tierra.

Confieso que me desconcertó la observación de este ser que hasta entonces tenía por subhumano. Por fortuna, Stahr salió en mi auxilio.

—No hay nadie incomparable —sentenció masticando un maloliente y apagado puro—. El referente de Messi es el peor de todos, un ser prácticamente inalcanzable: su propia leyenda.

Stahr nos refirió a continuación un relato de Asimov. Iba de un tal Mortenson, un sujeto que se enamora perdidamente de una mujer. “Era un ángel, decía, no podía vivir sin ella. Pero el caso es que ella lo abandona y Mortenson no sólo sobrevive, sino que decide ejecutar la más cruel de las venganzas”.

Tratándose de Stahr y de venganzas, siempre cabía esperar algo creativo y gore. Melitón se dispuso a encajar el resto de la historia adoptando un gesto de completo horror, pero todo resultó mucho más sofisticado.

—Aquella mujer —siguió Stahr— cantaba en el coro de una iglesia y Mortenson invocó a un diminuto genio azul llamado Azazel y le pidió simplemente que su voz fuera perfecta… una vez. El domingo siguiente, la examante arrancó al nivel habitual, pero en seguida su canto empezó a ganar altura hasta que cada nota sonó como recién inventada. El auditorio se quedó estupefacto. Ella misma dio un pequeño respingo, pero la sorpresa se desvaneció en seguida de su rostro para dar paso a una exaltación total. Dejó a un lado la partitura. Su voz fluía sola y majestuosa, no necesitaba controlarla ni dirigirla. Cuando acabó, la iglesia la ovacionó en pie. Asimov cuenta que había cantado perfectamente, pero no volvería a hacerlo jamás.

Melitón todavía mantuvo la vista fija en Stahr unos instantes después de que acabara. Luego comentó: “Qué hijo de puta”, y siguió cepillando los mocasines.

Yo por mi parte observé:

—Wilde decía que en este mundo hay dos tragedias: una es no obtener lo que se quiere, la otra es obtenerlo, y que esta última es sin duda la peor.

—Y ese Wilde, ¿en qué equipo juega? —preguntó Meliton, recuperando el lugar que le correspondía en el ordenado universo del Claridge.

2 comentarios en “La tragedia de Messi

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s