Nuevas aventuras de Obama

Si pasó miedo con Precipicio fiscal, prepárese para el estreno de la segunda parte: Techo de deuda.

Como recordarán, en el episodio anterior el acuerdo alcanzado in extremis por Barack Obama impidió la entrada en vigor de un ajuste presupuestario del 5% del PIB, que habría arrastrado a Estados Unidos a la recesión. Pero el abismo que ahora tiene delante es aún mayor…

Y se preguntarán ustedes, ¿qué es eso del techo de deuda? El profesor de Princeton Alan S. Blinder dice en The Wall Street Journal que es “una de las peores muestras de la excepcionalidad americana”. En casi todo el mundo, el Gobierno elabora su previsión de gastos e ingresos y, cuando no le cuadran (como a menudo sucede), emiten deuda por la diferencia. ¿Con qué límite? El que dictamine la prudencia. No hay normas escritas. Salvo en Estados Unidos.

Allí, además de la Ley de Presupuestos, el Congreso aprueba un techo de deuda que especifica cuál es la cantidad máxima que puede pedir prestada la Casa Blanca. Se trata de un atavismo que tuvo su sentido hace un siglo, cuando no había otro modo de controlar la emisión de bonos. Pero en una economía globalizada, los mercados indican muy claramente cuándo un Gobierno se ha pasado, como bien sabemos en España.

Durante décadas, el techo de deuda no dio mayores problemas. El Congreso lo ampliaba rutinariamente cada vez que se rebasaba. Pero desde que el Tea Party lanzó su cruzada contra el Gran Estado, ha dejado de ser una entrañable reliquia para convertirse en lo que The Economist llama “un arma financiera de destrucción masiva”.

El año pasado los republicanos tensaron tanto la cuerda, que el país perdió la triple A. De hecho, Estados Unidos ya ha roto técnicamente el techo, porque alcanzó el límite de 16,4 billones de dólares el pasado 31 de diciembre. El secretario del Tesoro, Tim Gheithner, ha recurrido a una serie de argucias para que la Administración siga pagando, pero su inventiva no nos va a llevar más allá de mediados de febrero.

Y entonces, ¿qué sucederá? No hay acuerdo entre los expertos sobre los efectos concretos, pero nadie cree que vayan a ser agradables.

“Al ritmo corriente de pago, la recaudación federal cubre menos del 74% de los desembolsos”, escribe Blinder. “Si el Gobierno se estrella contra el techo de deuda a la velocidad actual, el gasto […] tendrá que reducirse más del 26% inmediatamente. Esto supone un 6% del PIB, bastante más que el abismo fiscal que acabamos de evitar”.

Para que se hagan una idea, la Casa Blanca tendría dinero suficiente para hacer frente a las pensiones, Medicare y Medicaid (los programas de cobertura sanitaria para los mayores y los pobres), la defensa, los intereses de la deuda y se acabó. Habría que cerrar la mayor parte de los ministerios, las escuelas, muchas líneas de tren y autobús, los laboratorios, los museos, los parques nacionales…

Eso, dentro de Estados Unidos. Porque fuera cabe la posibilidad de que se dé una fuga desordenada del dólar. “¿Se acuerdan de cómo reaccionaron los mercados cuando Lehman Brothers quebró inesperadamente en 2008?”, se pregunta Blinder.

¿Y cómo hemos llegado a esta situación? Los republicanos quieren atajar de raíz la insaciable capacidad de gasto de la Administración, que lleva creciendo sin tasa desde la Segunda Guerra Mundial y, dicen, podría sumir al país en una crisis como la de Grecia. Y es verdad que Estados Unidos debe reducir su déficit, pero no hay razón para que lo haga de forma drástica e inmediata. Obama ha propuesto un plan de ajuste gradual, pero el Tea Party se niega a subir los impuestos. Dice que el Estado no da más de sí, pero es una objeción discutible. La presión fiscal (el peso de los impuestos en el PIB) ronda en Estados Unidos el 29%, uno de los datos más bajos de la OCDE. Austria, Finlandia o Alemania superan el 40% y los tres tienen triple A y son perfectamente solventes.

Los mercados tampoco están nerviosos. Los bonos americanos cotizan al mismo nivel que los alemanes. El apocalipsis fiscal que el Tea Party lleva décadas augurando no asoma por ningún lado del horizonte, aunque si los republicanos siguen sin dar su brazo a torcer quizás acaben por hacerlo realidad.

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