La característica de Madrid es que no tiene característica.
Hace unos años, cuando competía por la alcaldía, Trinidad Jiménez declaró que Madrid no tiene alma.
Suena fatal. Parece un trastorno de la personalidad y, de hecho, para muchos nacionalistas lo es. Yo no sé si han seguido la polémica sobre la estatua de Colón. Le hemos dedicado una entrada en este blog. El Ayuntamiento de Barcelona la ha embutido en una camiseta azulgrana y toda la oposición se le ha echado al cuello. Lo han acusado de banalizar y profanar la memoria del prócer, pero el reproche más llamativo ha sido el de Esquerra Republicana, que ha alertado al alcalde del peligro de “madridizar el espacio público”.
Madridizar.
No he conseguido averiguar a qué se refería exactamente, pero ya les adelanto que no es nada bueno. Tras realizar una breve exploración en internet, he descubierto que no es un término nuevo. Se había empleado antes en un foro para esclarecer, por ejemplo, el decepcionante rendimiento de Kaká, un jugador con un fútbol elegante y delicado, digno del Barça, pero que hemos arruinado tratando de encajarlo en los toscos esquemas de Mourinho. Lo hemos madridizado. Al Real le convienen jugadores más limitados, más rudimentarios, como Ibrahimovic.
Tengo también documentado otro uso de madridizar referido a la gestión municipal. “El concejal Jordi Portabella rechaza madridizar la política barcelonesa con una baja inversión”, rezaba hace poco un titular de agencia.
Como ven, madridizar es un término polisémico, que vale lo mismo para un roto que para un descosido, pero cuya acepción general es, como diría Van Gaal, “siempre negatifa, nunca positifa”.
¿Y qué les hemos hecho a estos tíos?, se preguntarán. Freud ya advertía que una aversión excesiva revela a veces una atracción encubierta, y yo creo que lo que les pasa a los catalanistas con Madrid es freudiano. Nos detestan y nos admiran. Los tenemos desconcertados. Cuando vienen a Madrid se pierden, y no me refiero a la M30, aunque también. El monologuista Toni Moog dice que la M30 es una trampa para catalanes, y que ahora que la hemos enterrado es como el laberinto del fauno, y como la vida misma: “Si te equivocas de carril, ya la has fastidiado para siempre, no hay vuelta atrás”.
Pero lo que desconcierta a los catalanistas no es la M30, la M30 nos desconcierta a todos. Lo que desconcierta a los catalanistas es lo que decía Trinidad Jiménez de que Madrid no tiene alma. Les pasa un poco como en la invasión de los ultracuerpos: tienen miedo de dejarse seducir, de que nos apoderemos de ellos y les succionemos el hecho diferencial y no dejemos nada dentro. Porque tú le abres la cabeza a un catalanista y te sale el Camp Nou, un casteller, Els Segadors y Lluis Llach. En cambio, tú le abres la cabeza a un madrileño y solo Dios sabe lo que puede salir de ahí.
¿Qué tenemos dentro los madrileños? Un catalanista no entiende nada. ¿Cómo es vuestra bandera? ¿Cuál es vuestro plato típico? ¿No tenéis un baile tradicional ni un himno? Y hombre, la verdad es que, en materia musical, lo más madrileño últimamente viene siendo el rumano del acordeón, como dice otro monologuista, Juan Carlos Córdoba. Tenemos un himno, faltaría más, pero no creo que ni el presidente Ignacio González pudiera no ya cantarlo, sino ni siquiera tararearlo. Se lo encargó Joaquín Leguina, que fue un presidente cántabro que tuvimos, a Agustín García Calvo, que era un poeta de Zamora… Pero, bueno, esto es lo de menos, porque todo el mundo sabe que los de Madrid nacemos donde nos da la gana.
Juan Carlos Córdoba también dice que lo que nos identifica gastronómicamente es el cocido de Cascorro, el bocata de calamares de Atocha y el kebab de Lavapiés. En determinados barrios de Madrid te pierdes, le preguntas a alguien por la calle y tienes suerte si el tipo te contesta en español. Pero lo más curioso es que, después de darte las indicaciones con un cerrado acento magrebí, te puede soltar, como le pasó a Toni Moog: “Usted no es de aquí, ¿verdad?” Y te lo dice con plena conciencia de su madrileñidad, como si descendiera en línea directa del oso y el madroño.
Y no le falta razón, porque, como explica Sabina, “lo bueno de Madrid es que llegas con la boina y la maleta de cartón y a los cinco minutos ya eres de Madrid”.
Trinidad Jiménez quería que Madrid tuviera alma propia, como Barcelona, pero la característica de Madrid es que no tiene característica, y nos encanta esta condición de ciudad desalmada y un poco canalla, que se lía con cualquiera que acepte liarse con ella, sin examinarle de nada ni preguntarle de dónde sale, ni siquiera si habla español. Basta con que se haga entender.
Yo no tenía ni idea de que esto fuera una enfermedad, pero si finalmente se confirma, no voy a tener más remedio que procurar no curarme.
A mí también me gusta Madrid, y lo que más: los madrileños. Yo soy madrileño, ya que decidí nacer en Madrid, como mi padre. Mi madre no: nació en San Sebastián, pero creo que también es madrileña, aunque añore el mar.
Todos añoramos el mar. Es el gran fallo de Madrid, que, como dicen de Bolivia, es mediterráneo, o sea, metido en medio de tierra. ¿Te imaginas que fuéramos mediterráneos, pero en el sentido de Serrat? Menuda gozada.
Pues sí, tienes toda la razón. Como decía la canción: aquí no hay playa…vaya, vaya…