Mi inabarcable ignorancia

Si me dejan tiempo para responder, puedo ser bastante ingenioso; pero si tengo que contestar en seguida, soy un idiota.

Federico Arreola, un periodista mexicano, está muy decepcionado con el debate que Miguel Ángel Belloso y yo hemos celebrado en Actualidad Económica con Pablo Iglesias. Dice que el líder de Podemos mintió descaradamente al afirmar que en Suiza existía un salario máximo, pero que como Belloso y yo somos unos “ignorantes” y no estábamos al corriente de que esa propuesta se había rechazado en un referéndum, no fuimos capaces de desenmascararlo.

Tiene razón. Yo no lo sabía. Ni eso ni muchas otras cosas. Y si no saberlo todo me convierte en ignorante, lo asumo: soy un ignorante.

Ya metidos en confidencias, les reconoceré que el artículo de Arreola me sentó regular, pero son los gajes del directo. En Actualidad Económica éramos conscientes de que, al divulgar la entrevista, nos exponíamos a este tipo de percances. Los debates son un formato fastidiado. Por bien que te los prepares, siempre hay algún aspecto que se te escapa. En primer lugar, porque nuestra cultura es amplia, pero nuestra incultura es oceánica. Como diría (creo) Unamuno, nos pagan por lo que sabemos; si nos tuvieran que pagar por lo que no sabemos, no habría dinero en el mundo para contratarnos.

En segundo lugar, porque tus antagonistas van a procurar explotar todo lo que puedan ese océano de ignorancia. Lo raro no es que no sepas que en Suiza no hay salario máximo, sino que no se te escapen más barbaridades.

¿Por qué, entonces, nos avinimos a colgar en internet el debate con Iglesias? Por transparencia. La entrevista debía editarse y extractarse y, por muy cuidadoso que fuéramos, los partidarios de Iglesias siempre nos podían acusar de seleccionar el material torticeramente. Por eso optamos por grabarla y publicarla tal cual se había desarrollado, y que cada cual sacara sus conclusiones.

Esto nos obligó a replantear el encuentro. Ya no podía ser el interrogatorio más bien pasivo típico de un medio escrito, sino un enfrentamiento en toda regla. Nos adentrábamos en un universo para el que al menos yo confieso que no estoy dotado. En un debate no se puede profundizar en los temas. Cualquiera al que le guste matizar sufre y, si no tiene un ingenio rápido, está a la merced de antagonistas que repentizan mejor, aunque sepan solo superficialmente de lo que hablan. Los que tenemos un cerebro de prestaciones normales es fácil que quedemos mal. Me pasa con alguna frecuencia y me consuelo pensando en lo que Borges (de nuevo cito de memoria) respondió cuando una vez le preguntaron si se consideraba ingenioso. “Depende”, vino a decir. “Si me dejan tiempo para responder, puedo ser bastante ingenioso; pero si tengo que contestar en seguida, soy un idiota”.

Nuestra sociedad mediática ha entronizado la rapidez de réplica como una de las grandes virtudes políticas. Desde que Kennedy derrotó a Nixon en 1960, uno de los acontecimientos cruciales de cualquier campaña es el debate televisado. Es difícil que alguien se sobreponga a una mala tarde ante las cámaras.

Sin embargo, en la vida práctica esta agilidad tiene una importancia no diré que menor, pero sí muy relativa. Yo he quedado como un ignorante por no desenmascarar a Iglesias (un tipo que, sinceramente, no creo que mintiera: solo estaba tan mal informado como nosotros), pero si hubiera sido un primer ministro y alguien me hubiera planteado la posibilidad de limitar los sueldos de los directivos, habría consultado a mis asesores y me habrían informado (tras mirarlo en Google o preguntárselo al propio Arreola) que en Suiza se había intentado implantar, pero que los ciudadanos lo habían rechazado.

La búsqueda de la verdad requiere una paciencia y un sosiego que la televisión no concede. Para salir airoso de un plató se necesita la cultura enciclopédica y un poco inútil de esos concursantes que reconocen a todos los pájaros por su canto o que se saben de memoria los diálogos de La guerra de las galaxias.

Malcolm Gladwell cuenta en Outliers la historia de uno de estos genios televisivos, Chris Lagan. Tiene un cociente intelectual de 195 (100 es la media, Einstein tenía 150) y ganó un cuarto de millón de dólares en la versión americana de Uno contra 100. Sin embargo, ha sido incapaz de sacar una licenciatura y vive “en un ligeramente destartalado criadero de caballos en el norte de Missouri”.

Una de las moralejas de Outliers es que habitamos un mundo de inteligencias medianas y las tallas grandes tienen dificultades para adaptarse. Otra es que ser listo de la cabeza no vale de nada si careces de talento social: uno puede conocer todas las respuestas y, sin embargo, ser un negado para las relaciones personales, una limitación grave para funcionar en una sociedad democrática.

Por ello quizás deberíamos reconsiderar la importancia que damos en nuestra vida pública a los debates. Alguien ha llegado a plantear que el puesto de presidente debería asignarse no mediante unas elecciones, sino por oposición. Nos ahorraríamos el bochorno de que llegara a La Moncloa alguien con una laguna cultural tan increíble como no saber que en Suiza no hay salario máximo.

No creo, sin embargo, que esta propuesta salga adelante. Es infantil buscar al candidato que lo sabe todo. Semejante monstruo no existe. Todos sabemos que un error lo comete cualquiera.

Por eso no voy a juzgar a Arreola por su desafortunado artículo.

7 comentarios en “Mi inabarcable ignorancia

  1. Qué triste que el desconocimiento de un dato se confunda con ignorancia y , sobre todo, que se siga dando tanta importancia a memoria enciclopédica. Me sigo apuntando a la visión de Gardner de las inteligencias múltiples y al sosiego y reflexión frente a la ocurrencia.
    Miguel, a seguir así…

  2. Soy afiliado a Podemos pero creo que en este debate tú quedaste mejor que Pablo. Casi siempre me gusta mucho lo que dice él. En esta entrevista… parece enquistado en su rol de bulldog (el cual hace realmente bien, como has sufrido) y hace poco más que repetir su argumentario habitual. Por desgracia no reflexiona demasiado sobre tus simples pero certeras objeciones. Quizá era consciente de su oceánica ignorancia respecto a ese tema y quería evitarlo tirando de su rollo de siempre, o quizá, como dices, un debate televisado no era el mejor medio (más aún con lo «particular» que ha sido: sin moderador, uno contra dos…).

    Creo que Pablo y tú queréis el bien para el país. Para mí lo ideal sería ver a gente como vosotros dos trabajando juntos para sacar adelante la economía. Aunque fuera desde diferentes partidos, pero tenéis la voluntad de hacer bien las cosas. Hace falta gente así. Me pregunto si algún día veré una democracia como esta en España…

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