Durante décadas, el PSOE se ha especializado en un producto moderado, apto para todos los paladares. Ahora pretende volver al sabor original. Es un paso arriesgado.
Durante todo el tiempo que ha durado el llamado proceso catalán me he preguntado a menudo a qué esperaba el PNV para desempolvar el plan Ibarretxe. Parecía muy lógico aliarse con los catalanes para hacerle una pinza al Gobierno, pero Íñigo Urkullu no se ha atrevido a mover ni un dedo para no darle alas a Bildu. Es lo que le sucedió a su predecesor y es lo que hemos visto en Cataluña. Los 62 diputados autonómicos que CiU tenía en 2010 se habían reducido a 50 la última vez que concurrió en solitario. Mientras, ERC ha duplicado sus escaños y la CUP los ha triplicado. La política está gobernada por una especie de principio de Arquímedes en virtud del cual todo líder moderado que se sumerge en una retórica extremista sufre un empuje hacia abajo proporcional al grado de su radicalización. ¿Por qué?
En su lucha por la supervivencia, los grandes partidos han ido perdiendo las aristas ideológicas y adaptando sus programas al gusto de la mayoría. Es lo que predice el teorema del votante mediano, y suele ilustrarse con la metáfora de los heladeros. Imaginen que el alcalde de un pueblo de la costa decide poner dos puestos de helados en una de sus playas. ¿Cuál sería la ubicación ideal? Lo que intuitivamente se nos ocurre a todos es dividir la playa en dos sectores e instalar un quiosco en medio de cada uno.
Pero sus propietarios difícilmente se conformarán con ese reparto. Uno de ellos no tardará en descubrir que los bañistas de su extremo de la playa son un mercado cautivo (no tienen más remedio que comprarle a él) y que, desplazándose hacia el centro, puede captar a los más alejados de su competidor. La maniobra no pasará inadvertida al otro heladero, que replicará con un movimiento similar y, al final, los dos acabarán pegados en el centro de la playa.
Esto es muy esquemáticamente lo que ha pasado en España desde la Transición. PP y PSOE han ido evolucionando desde el franquismo y el marxismo iniciales hasta el centroderecha y el centroizquierda. Hay solo una diferencia respecto del ejemplo de los heladeros: en España el votante mediano, es decir, el que deja a cada lado la misma cantidad de electores, se sitúa levemente a la izquierda (en torno al 4,7 de una escala de 1 a 10, según el CIS). Eso significa que los conservadores están en minoría y que, si no hubiera otros partidos, el PSOE ganaría siempre. Los populares son muy conscientes de esta debilidad y rara vez han prestado atención a las formaciones que han surgido más a su derecha.
En la izquierda esta presión del voto útil es menor y pueden permitirse que, de cuando en cuando, alguien dispute la hegemonía del PSOE. La playa es grande, hay miles de personas y es difícil que un único quiosco satisfaga con su limitado surtido todos los gustos. A muchos bañistas el cuerpo les pide sabores más radicales y algunos caen en la tentación de probarlos cuando se presenta la ocasión.
Así y todo, la gente de la izquierda tampoco quiere que gane el PP, de modo que las alternativas radicales suelen tener un recorrido limitado.
Este es más o menos el equilibrio que ha prevalecido durante la mayor parte de nuestra democracia: un gran partido en la derecha y dos en la izquierda, uno dominante y otro minoritario. Desde 1982, PSOE y PP han venido alternándose ordenadamente en la Moncloa. Este sistema de turnos ha proporcionado mucha estabilidad política, pero también ha vuelto acomodaticios a los dirigentes, que han descuidado la calidad de la oferta. Cuando un cliente conservador se quejaba de que el helado de Génova tenía un desagradable regusto a corrupción, el quiosquero se encogía de hombros y decía: “¿Qué prefieres? ¿El tutti frutti de déficit y paro de los socialistas?”
En la acera de enfrente tampoco han sido muy sensibles a las sugerencias de sus seguidores. Saben que la mayoría acaba comprando lo que le dan, de modo que se han dedicado a hacer experimentos con condimentos liberales para ver si le arrebataban algún votante despistado al PP. Y cuando al heladero del PSOE le advertían de que en la otra punta de la playa había aparecido un chico con una coleta que ofrecía sabores picantes, replicaba: “Ya lo sé, y no están mal, pero con el calor que hace, ¿te merece de verdad la pena darte el paseo hasta allí?”
Una situación así resulta insostenible a la larga, porque la gente lógicamente se harta. En el lado de la derecha es más difícil que cuajen las alternativas (aunque no imposible: ahí está Ciudadanos) y la mayoría simplemente deja de consumir helado. Pero en la izquierda sí hay opciones y, cuanto mayor sea la degradación, menos fuerza tendrá el argumento de la distancia y más compensará caminar hasta el chico de la coleta.
Este, por su parte, no podía acercarse al centro hasta ahora porque, cada vez que lo intentaba, los bañistas del extremo izquierdo razonaban: “Si al final voy a tener que caminar lo mismo, le compro al PSOE, que por lo menos va a ganar”.
Pero ya no está tan claro que el PSOE vaya a ganar. En Ferraz lo saben y por eso Pedro Sánchez ha enarbolado durante la campaña algunas banderas tradicionales. Esta radicalización es, sin embargo, un error táctico, porque traslada el debate al terreno de su contrincante. La fortaleza del PSOE es la distancia al centro y es tarde para competir por el gusto del helado. Resulta poco creíble. Durante décadas, sus clientes han sido testigos de cómo lo ignoraba y, si ahora buscan un producto que sepa genuinamente a izquierda, acudirán a quien puede garantizárselo, no a quien lo cambia oportunistamente y cuando no tiene más remedio.
El votante es un animal bifronte, dividido. Lleva dentro un idealista que desea ser coherente con sus valores, pero también un estratega al que repugna tirar el voto. Se mueve entre la convicción y la utilidad, y cada político debe tener claro a qué parte de él apela. El encanto de Mas era práctico. Lo respaldaban miles de radicales, pero con la nariz tapada, porque su rasgo distintivo no era el rigor ni la intensidad del discurso, sino una moderación que lo hacía apto para todos los públicos. Al perder esa popularidad, ¿para qué lo quieren los independentistas?
También el PSOE se ha beneficiado hasta ahora de muchos izquierdistas que lo apoyaban a regañadientes, solo porque su centralidad les aportaba millones de votos. Al abandonar esa posición, se queda sin su principal argumento de ventas y le termina de despejar el camino a Pablo Iglesias.
Según San PEDRO debemos estar sometidos a las INSTITUCIONES humanas, en obediencia libre y responsable a UNA AUTORIDAD que HACE RESPETAR la JUSTICIA, asegurando el BIEN COMÚN.
Lo anterior lo podemos aplicar a los POLÍTICOS, INDIVIDUAL y colectivamente, cuando en ELLOS prevalece la IDEOLOGÍA, que impide el MIRAR por el CONJUNTO de los CIUDADANOS, y para eso ESTÁ Cs’
Ciudadanos.
Amén.