El voto es un mecanismo de decisión tosco y rudimentario, pero ¿quién dijo que la democracia era perfecta?
Podemos pretende “echar al PP de las instituciones” mediante una movilización que incluye campañas de señalamiento (o sea, difamación), escraches y caceroladas. Si lo consiguiera, sentaría un peligroso precedente.
Mariano Rajoy gobierna porque fue el candidato cuya lista recibió más sufragios en las pasadas elecciones y los sondeos indican que seguiría siéndolo en las próximas. Esto puede extrañar a muchas personas, como Cristina Pedroche, que nunca ha ocultado la opinión que le inspira el Ejecutivo popular. “Que sí, que de puta madre, que olé por las personas que siguen votando al PP, pero a mí no me caen bien”.
Pero a muchos más ciudadanos les sorprende que alguien pueda apoyar a los asesores de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, que han sumido Venezuela en el caos y la miseria. Esa es la grandeza de la democracia: no se trata de convivir con aquellos cuya ideología compartimos, sino con nuestros antagonistas irreconciliables, siempre que no hayan quedado inhabilitados legalmente.
Ese no es el caso del PP, pero en Podemos no les importa. Han concluido (no se sabe muy bien cómo) que desalojarlo del poder “es una demanda mayoritaria de la sociedad” y que “este debate excede al Parlamento”. Lenin ya teorizó en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo que para el revolucionario es “obligatorio” actuar en el seno de las instituciones burguesas, pero solo provisionalmente y por motivos estratégicos y propagandísticos: sirven como cabeza de puente para lanzar el asalto final y permiten demostrar a “los obreros idiotizados” y “las masas atrasadas por qué semejantes cámaras merecen ser disueltas”.
El problema es que la democracia se basa en este mecanismo de representación. Si los votos no deciden ya quién manda, ¿qué lo decide? ¿La convocatoria de marchas similares a las que llevaron al poder a Mussolini? ¿Y cómo sabremos a quién respalda la mayoría? ¿Realizaremos recuentos de manifestantes? ¿Instalaremos sonómetros para determinar qué cacerolada es la más ruidosa? ¿O más probablemente dejaremos que se imponga quien detente mayor capacidad de intimidación?
El voto es un mecanismo tosco y rudimentario. Con una única papeleta hay que pronunciarse sobre la gestión económica, el gasto social, la corrupción o la política exterior. Esto obliga a alcanzar un compromiso inevitablemente insatisfactorio. Muchos españoles se sienten indignados por los escándalos del PP, pero también creen que sus soluciones en otros terrenos son preferibles a las del resto de formaciones. Nos puede parecer mal, como a Cristina Pedroche, pero la alternativa a esta democracia imperfecta suele ser alguna modalidad más o menos elaborada de matonismo.
El problema sigue siendo que un partido de ultraizquierda -como Podemos- disfruta de un crédito en materia de ética, que no se otorga a ningún otro grupo ideológico en España. Y lo hacen con la cooperación activa de poderosos medios, como Cuatro y Lasexta, que serían los primeros en perder su libertad de expresión con un eventual Gobierno de Podemos.
Como dice Moa, se han hecho con el monopolio marxista de las buenas intenciones. 😉