Bajar las expectativas para evitar decepciones no siempre funciona.
El pesimismo tiene un sólido fundamento biológico. La capacidad de anticipar problemas constituye una ventaja evolutiva. Los antepasados de nuestra especie que sobrevivieron no son los que correteaban alegres por la sabana, sino los que estaban permanentemente agobiados por las amenazas que acechaban detrás de cada roca, de cada matorral, de cada acacia.
Esta predisposición natural se reforzó con el desarrollo de la filosofía griega. El ideal clásico de sabiduría es la apatía, la imperturbabilidad: conviene ponerse en lo peor para evitar desengaños. “El pesimismo es un juego seguro”, escribiría ya en el siglo XX Thomas Hardy. “Es el único punto de vista desde el que nunca te sentirás decepcionado”.
La lógica parece irrefutable. “Al tener acompaña siempre el temor de perder, que proporciona un desasosiego semejante al de no poseer nada”, argumenta don Mateo en La sombra del ciprés es alargada. Conviene, por tanto, “vigilar nuestras conquistas terrenas tanto como a nosotros mismos”, porque en el fondo son la raíz de la infelicidad.
Don Mateo es el maestro de Pedro, el protagonista de la novela de Delibes. En consonancia con su ideario, don Mateo vive en medio de grandes estrecheces, casi en la pobreza, en una casa “fría, destartalada, envuelta en un ambiente de tristeza que lo impregnaba todo”. Su círculo social se reduce a su desabrida esposa Gregoria, su hija Martina, la perrita Fany y dos pececillos de colores. Don Mateo no consiente que aquella espartana conformidad se vea perturbada por la menor ilusión, porque con ella llegaría también el peligro de perderla. “Tal vez el secreto esté en quedarse en poco”.
Su discurso calará hondo en el pequeño alumno. Para eludir el dolor que causa “desasirnos de las cosas” a las que hemos cobrado aprecio, Pedro resolverá “no tomar nunca para no tener que dejar nada”.
Pero, ¿qué clase de existencia es esa? Si uno es capaz de llevarla a sus últimas consecuencias y desprenderse de todo, como un monje budista o las clarisas de Soria, quizás quede al resguardo de los golpes de la fortuna. Pero no basta “quedarse con poco”, porque ese poco también te puede ser arrebatado. Y si es desagradable perder uno cuando se tienen 10, cuando únicamente se tienen dos supone una tragedia.
El propio don Mateo lo comprobará años después, cuando su hija Martina huya de la casa, desesperada por su asfixiante melancolía. “Hoy me he dado cuenta”, admitirá el maestro abatido, “que el hombre siempre tiene mucho que perder, aunque él no lo crea así”.
Bajar las expectativas no funciona porque ni siquiera el que estas sean mínimas garantiza que no vayan a verse defraudadas. Cuando se renuncia a la alegría a cambio de la paz, se corre el riesgo de acabar sin paz ni alegría.