Economía del deseo

¿Por qué tiene Pablo Iglesias tanto empeño en hablar de la monarquía?

La teoría de la democracia sostiene que el candidato que quiere salir elegido debe plegarse a las preferencias de los votantes, pero los votantes tienen múltiples preferencias e importa mucho decidir con cuidado cuáles de ellas se llevan a la agenda. Si el debate se centra en la economía, es difícil que un partido con una ejecutoria pobre o nula en materia de gestión gane nunca. Sus dirigentes intentarán desviar la atención hacia cualquier asunto en el que tengan alguna ventaja. Eso explica el empeño de Pablo Iglesias por meter en el barómetro del CIS una pregunta sobre la monarquía.

Polarizar al país en torno a esta cuestión lo coloca en el lado ganador (a diferencia de lo que ocurre cuando uno ve dónde han llevado sus recetas económicas a Venezuela). Un sondeo reciente de Sináptica para Público revela que la mayoría de los españoles (51,6%) preferirían una república. Esto no es ninguna sorpresa. Nos han educado en una cultura igualitaria y nos cuesta entender por qué el jefe de Estado debe apellidarse Borbón, y no López o García.

Pero preferir no es exactamente querer. Viene de prae ferre, “llevar delante o anteponer”, y evoca algo que se anota en lo alto de una lista, para cuando surja la posibilidad: un coche más potente, una casa más amplia, un crucero por los fiordos. Si pudiéramos, ya tendríamos el objeto de deseo, pero de él nos separa el coste. Cuando algo se quiere y se puede, generalmente se tiene. La preferencia entraña un carácter aspiracional. Hay que estar en disposición de pagar y esto resulta tan determinante para la materialización de la preferencia como el propio deseo. Es más, el deseo puede incluso extinguirse si su coste es excesivo. Por eso a veces la persona más atractiva de la reunión se queda sin pretendiente: todos piensan que es inaccesible y la ignoran.

Esta relación inversa entre el deseo y su precio permite excitar el primero bajando el segundo, y nadie supera a Pablo Iglesias en este arte. El propio nombre de su partido, Podemos, es una invitación a saldarlo todo. La pobreza se resuelve fijando salarios dignos por decreto. El paro, repartiendo el trabajo. La falta de casas, ocupando las que están vacías. La prosperidad es un acto de la voluntad, cualquier preferencia resulta asequible y su postergación carece de justificación. ¿Sueldos más altos? Podemos. ¿Empleo para todos? Podemos. ¿La república? Podemos.

Hay que decir que esta técnica funciona en ambos sentidos. Cuando no nos conviene que una iniciativa prospere, subimos su precio. Por ejemplo, nos hemos mudado de Vallecas a Galapagar y existe cierto malestar en las bases, así que convocamos una consulta revocatoria, pero no preguntamos: “¿Crees que el secretario general y la portavoz pueden vivir en una mansión de 600.000 euros?” Preguntamos: “¿Consideras que Pablo Iglesias e Irene Montero deben seguir al frente de la secretaría general de Podemos y de la portavocía parlamentaria?” O sea, si quieres que renunciemos al chalet, tendrás que pagar por ello una crisis de proporciones desconocidas.

Con la monarquía pasa lo mismo. Aunque los partidarios de la república son hoy más según Público, ¿se mantendrá esa ventaja cuando se hagan evidentes los costes que entraña el cambio constitucional y las ventajas prácticas derivadas de llevarlo a cabo? Si Iglesias está dispuesto a abrir un debate sosegado y racional, no como el referéndum sobre su chalet, en democracia todo se puede discutir.

Pero me temo que solo intenta desviar la atención.

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