Le pessimisme, oh là là!

Aunque el propósito del pesimista es ahorrar sufrimiento, logra lo contrario, porque sufre incluso cuando todo va bien.

¿Por qué se sienten mal los franceses?, se pregunta el corresponsal en París de The Economist. “Sintonice cualquier programa de debate este otoño”, escribe, “y verá cómo todos hablan del terrible declive del país”. Las fábricas cierran, los salarios menguan, nadie se preocupa del medio ambiente ni del idioma. “Es el fin de Francia tal y como la conocemos”, se lamenta la extrema derecha.

No es, sin embargo, lo que se desprende de los datos. La recuperación está siendo mucho más vigorosa que la de sus vecinos alemanes, ingleses y, por supuesto, españoles. El PIB ya ha alcanzado el nivel precovid, igual que el empleo. La bolsa está en máximos y su generoso estado de bienestar se encarga de que nadie quede atrás.

Pero el francés está siempre a la defensiva. Lo advirtió Pierre Daninos hace más de 60 años. Se ve a sí mismo como un pueblo que va “con una rama de olivo en la mano” y, si alguna vez ha protagonizado alguna invasión, ha sido para difundir las artes, las letras y, en suma, la culture. No entiende por qué nadie lo querría mal.

¿Y quién asedia en particular al gentil francés? “Ellos”.

“Ellos” no son solo los extranjeros. “Ellos” son el mundo entero. El patrono si eres empleado y el empleado si eres patrono, el conductor si eres peatón y el peatón si eres conductor, el funcionario si eres civil y el civil si eres funcionario. El Reino Unido lo habitan 67 millones de británicos, pero “Francia está dividida en 64 millones de franceses”, dice Daninos. “Es la única nación donde añades 10 ciudadanos a otros 10 y no obtienes una suma, sino 20 divisiones”. Y sigue: “Si un francés se despierta desnudista en Port-de-Bouc, puede darse por sentado que otro francés se despierta antidesnudista en Malo-les-Bains. El antagonismo podría detenerse aquí, pero no. El desnudista funda una asociación que nombra un presidente honorario (él mismo) y un vicepresidente. Este, tras pelearse con el presidente, funda un comité neodesnudista más izquierdista que el anterior. Por su parte, el antidesnudista, etc.”

Los franceses son expertos en sacarle pegas a todo y el redactor de The Economist apunta una hipótesis: “Bleak is chic”, o sea, ser negativo mola. El existencialismo es un invento de Kierkegaard y Heidegger, pero los franceses se adueñaron de él y lo asociamos con Sartre y Beauvoir, con Saint-Germain-des-Prés, con gente vestida de negro riguroso que degusta un vaso de Pernod mientras sopesa si se suicida arrojándose al Sena o espera un par de horas para que no se le corte la digestión.

Esta devoción por la melancolía cuenta con una larga tradición. Thomas Hardy resumió sus ventajas en una frase lapidaria: “El pesimismo es la apuesta segura […] el único punto de vista que no defrauda”. La lógica es irrefutable: si rebajas tus expectativas, la realidad siempre quedará por encima. Pero, ¿tiene sentido vivir permanentemente amargado para evitar algún desengaño ocasional? El propósito del pesimista es ahorrar sufrimiento, pero logra lo contrario, porque se entrega al desánimo al margen de lo que ocurra a su alrededor y sufre incluso cuando las cosas van bien. El optimista, mientras, cede a la ilusión, se arriesga. No es idiota. Sabe que no es dueño de los acontecimientos, pero sí de la actitud con que los encaja y, cuando experimenta algún revés, embrida su decepción y a menudo padece en la adversidad menos que el pesimista en la prosperidad.

“Las personas que aprenden a gestionar su experiencia interior”, sostiene Mihály Csíkszentmihályi, “son capaces de determinar la calidad de su vida”. Son también las que impulsan la civilización. “Ningún pesimista ha descubierto el secreto de las estrellas ni ha navegado por mares desconocidos”, observa Luis Rojas Marcos.

Los franceses han contribuido como nadie a ese panteón universal de benefactores (Montaigne, Descartes, Voltaire, Pasteur, Camus) y ese me parece a mí el misterio, y no que lloriqueen por un pasado en el que también lloriqueaban por el pasado. De hacerles caso, el país lleva desmoronándose desde tiempos de Clovis. En ese terreno, la extrema derecha puede perder cuidado: lo que denuncia como el fin de Francia tal y como la conocemos es lo que el resto del planeta consideramos, simplemente, Francia tal y como la conocemos.

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