El mejor partido de tenis de la historia

Rafa estaba haciéndolo “lo mejor que podía” y, a pesar de todo, no doblegaba a Federer. Su entrenador, su familia, todos los que lo acompañaban desde las gradas estaban muertos de miedo. Temían que se repitiera la derrota de 2007.

Varios años después, en la pista central de Wimbledon, Rafa Nadal había de recordar aquella tarde remota de 2004 en que se enfrentó con Andy Roddick en Sevilla. Roddick era a la sazón el número 2 del mundo y Rafa, apenas un crío de 18 años. Los capitanes del equipo español de Copa Davis lo habían escogido para disputar el segundo encuentro contra Estados Unidos, postergando a Juan Carlos Ferrero. Fue una decisión arriesgada. En el Open de Nueva York, unos meses atrás, Roddick lo había machacado y en Sevilla empezó de hecho llevándose el primer set. Pero el manacorí se anotó los tres siguientes y el Bombardero de Nebraska (¡cómo sacaría!) encajó la derrota con elegancia. “Dijo algo muy bonito sobre mí”, contaría luego Rafa. “Dijo que no había muchos jugadores para partidos cruciales, pero que yo era uno de ellos”.

Aquellas palabras reverberaban en su mente mientras corría por la hierba del All England Lawn Tennis Club. Era su segunda final consecutiva de Wimbledon. Un año antes, en 2007, había caído ante el mismo rival: Roger Federer. Aquella derrota lo había destrozado. A Sebastián Nadal nunca se le olvidará la imagen de su hijo “sentado en el suelo de la ducha durante media hora, con el agua que caía sobre su cabeza mientras se mezclaba con las lágrimas que corrían por sus mejillas”. Rafa se juró a sí mismo: “No quiero volver a sentirme así”.

Por desgracia, Federer no estaba cooperando. Rafa se había impuesto 6-4 y 6-4 en las dos primeras mangas, pero el suizo había sacado su extraordinario repertorio de golpes y había empatado. Rafa estaba haciéndolo “lo mejor que podía” y, a pesar de todo, no lo doblegaba. Su entrenador, su familia, todos los que lo acompañaban desde las gradas estaban muertos de miedo. Temían que se repitiera la experiencia de 2007.

Pero Nadal había aprendido.

“Te confieso”, le decía Carlos Herrera el lunes pasado en la Cope, “que después de haber perdido dos sets [contra Daniil Medvéded en Melbourne], con el marcador 2-3 en el tercero y 0-40 a su favor, me dije: si yo soy este chico, devuelvo las pelotas, acabo más o menos bien y nos vamos todos a casa y nos comemos una paella. ¿En qué momento pensaste: a esto le doy yo la vuelta?”

“Pues nunca”, le respondió Rafa. “Al final, el tenis es un deporte de ir punto a punto”.

Esa es la clave. Para el campeón solo existe el siguiente punto. Vive el presente absoluto. Olvida sus fallos inmediatamente, se los quita de la cabeza, no se entretiene pensando en ellos. Igual que los aciertos del rival. Algunos jugadores se desesperan cuando les clavan un paralelo o un saque directo. Es el camino de la autodestrucción. Hay que encogerse de hombros, dirigirse al fondo de la pista, concentrar la energía en el siguiente punto.

Eso fue lo que Rafa hizo en la pista del All England Lawn Tennis Club. “Para mí solo existía el siguiente punto”. Y no pensaba regalarlo.

John McEnroe y Björn Borg coincidieron en que la final de Wimbledon de 2008 fue el partido de tenis más grande jamás disputado. Por la técnica y, sobre todo, por la épica. Carlos Moyà, otro gigante de la raqueta, reconocía que él no habría aguantado. “Casi cualquier otro jugador de la historia que se hubiera enfrentado a Federer, jugando con el valor y la brillantez con que él lo hacía, habría perdido”. Rafa había tenido dos sets de ventaja, había acariciado el título y había visto luego cómo se le escapaba. “Si eres un jugador normal, incluso un campeón normal, las emociones acaban contigo. Te acuerdas de las oportunidades perdidas y esos recuerdos te devoran por dentro”. Todo favorecía a Federer al comienzo del quinto set, pero “Rafa lo dominó, lo amansó”. Le demostró que para batirlo “no bastaba con arrollarlo una vez ni dos, sino muchas”. Por eso, profetizaba Moyà, si Rafa se mantenía en forma, sería capaz de “ganar más Grand Slams que nadie”.

El domingo 30 de enero, en Melbourne y frente a Medvéded, la profecía se hizo realidad.

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Nota. Tanto la información del post como los entrecomillados no referenciados proceden de Rafa: Mi historia, de John Carlin y Rafael Nadal.

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