Putin creía que, para un exagente de la KGB como él, un cómico como Zelenski iba a ser poca cosa. Debería repasar la historia. Está llena de espías que hacen mutis discretamente y de cómicos que lideran defensas encarnizadas.
La alerta nuclear de Vladimir Putin me cogió en una terraza del barrio de Salamanca, en medio del aperitivo. “Qué falta de educación”, pensé mientras apuraba mi segunda cerveza y unas aceitunas gordales con un suave aliño de romero. La combinación del alcohol y el tibio sol de febrero me habían inducido un agradable sopor, pero ni la alerta nuclear ni el sopor lograron arruinar mi apetito. Subí a casa, di cuenta de un arroz caldoso con magro de cerdo y, como una boa saciada, me quedé dormido mientras en Spotify sonaba un quinteto de Schubert.
No conozco un remedio mejor para la ansiedad que la dieta mediterránea. Se le quitan a uno las ganas de invadir Ucrania, Polonia y no digamos ya los países bálticos. El problema es cuando haces demasiado ejercicio e ingieres pocas calorías. Se te ponen unos abdominales de hierro y un humor de perros, y ¿qué haces con unos abdominales de hierro y un humor de perros? Pides un mapamundi y preguntas: “¿Dónde está la península esa de Crimea, me cago en diez?” No lo digo yo solo. Lo dice este nutricionista: “Los bajos niveles de serotonina (un transmisor del sistema nervioso), sumados al estrés y la falta de alimentos saludables (como frutas y verduras) afectan gravemente al cerebro y a las emociones, descargándose en forma de ira”.
Y eso no es lo peor. Lo peor es que los bajos niveles de serotonina te nublan también el juicio, calculas mal y te metes con quien no debes. Ves a un alfeñique jugando al billar al fondo del local y dices: “Verás tú por dónde le voy a meter yo el taco a este”.
Y luego resulta que no.
Es lo que le ha pasado un poco a Putin. Creía que, para un exagente de la KGB como él, un cómico como Volodímir Zelenski iba a ser poca cosa. Debería repasar la historia. Está llena de espías que hacen mutis discretamente y de cómicos que lideran defensas encarnizadas porque el método de Stanislavski los lleva a creerse sus propios personajes, como el profesor de instituto Vasili Petrovich que Zelenski encarna en Servidor del pueblo.
El domingo vi el primer episodio. Vasili Petrovich acaba de tomar la lección a un alumno cuando en el aula irrumpe otro empleado del instituto y dice que vayan todos al patio: los chicos a montar las cabinas y las chicas a colgar los programas.
—¿Qué pasa? —protesta Vasili Petrovich—. Estábamos en mitad de una clase.
—Órdenes de la dirección —repone el empleado—. Ya sabes, las elecciones.
—¿Qué elecciones? No entiendo nada ¿Por qué me quitáis a mis alumnos? ¿Por qué no os lleváis a los de 10A?
—Están dando matemática.
—¡Y yo historia!
—Es como comparar un dedo con una polla.
—¡Claro! La matemática es una ciencia y la historia, una mierda. Luego nos extrañamos. ¿Por qué nuestros políticos llegan al poder y cometen una y otra vez los mismos errores? Porque son matemáticos. Lo único que saben es dividir, sumar y multiplicar su propia riqueza. […] Llevamos así 25 años. ¿Y sabes qué? Nada va a cambiar tampoco esta vez. […] Te lo digo como profesor de historia.
Lo que Vasili Petrovich ignora es que el alumno al que estaba tomando la lección ha grabado su alegato y lo ha subido a las redes, donde se viraliza, lo convierte en un icono para los sufridos ciudadanos de a pie y lo lleva a la presidencia del país.
Todo esto es ficción, claro. ¿O no? Porque a raíz del éxito de Servidor del Pueblo, Zelenski se presentó a las elecciones de 2019 y arrasó con el mismo discurso antioligarcas y anticorrupción del profesor Vasili.
No sé cómo sigue la serie, pero sí lo que Zelenski ha hecho en la vida real. Según los papeles de Pandora, tenía inscritas varias sociedades en las islas Vírgenes, Chipre y Belice, a través de las cuales manejaba importantes propiedades inmobiliarias en Londres. Él alega que lo hizo así para defenderse de las presiones de los oligarcas. Parte de razón no le falta. No hay peor enemigo para un oligarca que otro oligarca. Los votantes, por desgracia, no lo entendieron así y la filtración de los documentos habría sido su tumba política si Putin no se hubiera empeñado en darle una paliza.
El Zelenski oligarca podría haber salido por piernas entonces. Estados Unidos se ofreció a evacuarlo. Pero (maldito Stanislavski) lo ha podido el personaje.
—Érase una vez —cuenta en la serie el profesor Vasili Petrovich a sus alumnos—, un campesino miserable que se presentó en el palacio del emperador de Japón. “Su Alteza”, le dijo, “los impuestos son tan altos que el pueblo ya no tiene para comer. Tampoco tengo yo nada que perder, así que le diré la verdad”. A continuación, hizo gala del lenguaje más desagradable para referirse al emperador, a su familia y a todo lo que le era más querido. Los samuráis que protegían al emperador enrojecieron de ira al escuchar sus palabras, las geishas se desmayaron, incluso un cerezo que había a la entrada se secó y no volvió a dar más frutos. Pero el emperador escuchó en silencio al campesino hasta que acabó y dio dos órdenes. La primera fue que le cortaran la lengua al campesino, porque el lenguaje poco respetuoso seguía siendo un delito. Y la segunda fue bajar los impuestos, porque la verdad es siempre la verdad, por desagradable que sea.
Hasta ahora, Zelenski ha sorprendido al mundo con la determinación del campesino de la parábola. No sabemos si Putin se conformará con arrancarle la lengua o querrá la cabeza entera, pero antes de seguir tomando decisiones yo lo invitaría a que probara un plato del arroz caldoso que prepara mi mujer.
No hay mejor remedio para la ansiedad, ya les digo.