Todo agresor comienza por deshumanizar a su víctima. Cuando asimilas los judíos a los cerdos, pasarlos a cuchillo es más fácil.
Mirando la imagen de un soldado ucraniano apoyado en su fusil de asalto en una trinchera de Donetsk, me dio por pensar cómo era la vida de ese hombre hace apenas unas semanas. A lo mejor se había ido enfadado a la cama porque esa mañana había tenido una discusión desagradable en la oficina con un colega, o porque su hijo traía malas notas. Ahora, donde estaba la oficina puede que haya un cráter, el colega igual está muerto y su hijo probablemente haga cola en un campo de refugiados de la frontera con Polonia.
Hay otra foto todavía más terrible: la de tres miembros de una familia abatidos por fuego de mortero cuando huían de Irpín, en las afueras de Kiev. Los cuerpos están cubiertos por mortajas improvisadas y solo sobresale un brazo tendido hacia una maleta milagrosamente erguida. Gracias a Ricardo F. Colmenero he podido saber que el brazo pertenece a Tatiana, la contable de una startup. También que llevaba casi toda la invasión durmiendo en el sótano de su casa y que, cuando hablaban con ella por teléfono, “incluso bromeaba, segura de que todo saldría bien”.
El mero conocimiento de unos detalles transforma nuestra relación con los demás. En puridad, ni siquiera hacen falta detalles. Una mirada basta. Al fusilado se le vendan los ojos en parte para aliviar su sufrimiento, pero también para evitar la compasión en el pelotón de ejecución. El contacto visual nos hace cobrar conciencia de la humanidad del otro. La psicóloga Flora Davis cuenta cómo a una manifestante le aconsejaron que, si se tropezaba con un policía, lo mirara a la cara. Así aumentarían las posibilidades de que la considerara una persona y la tratara como tal.
Por ello todo agresor comienza por deshumanizar a su víctima. Cuando asimilas los judíos a los cerdos, pasarlos a cuchillo es más fácil. En eso consiste el nazismo, y es muy anterior a Hitler. De hecho, ha sido la norma a lo largo de la historia. Al extraño que competía por nuestro hábitat se le adjudicaba no ya una raza, sino una especie diferente. Los nombres de muchas tribus (inuit, cheroqui, diné) significan, simplemente, “gente”. Del resto se da por supuesto que no lo son. Son “bárbaros”, como los griegos llamaron a los nacidos fuera de la Hélade.
El primer paso serio para desnazificar lo dio Pablo de Tarso cuando bautizó a un soldado romano incircunciso, escenificando la admisión de los gentiles en el seno de la Iglesia. La idea de que todos somos iguales a los ojos de Cristo y tenemos derecho a la redención es tan revolucionaria que tardó siglos en imponerse. Ni el propio Vaticano se la tomó en serio, como prueba la saña con que reprimió tantas herejías, pero a finales del XIX había triunfado en casi todo Occidente y, aunque en Rusia se seguía tratando como bestias a parte de la población, todo indicaba que acabaría abrazando el credo ilustrado.
Entonces llegó el bolchevismo y su rechazo de la ley, la moral y la religión como “meros prejuicios burgueses”. El establecimiento de la sociedad sin clases legitimaba el recurso a cualquier medio. “Debemos poner fin de una vez por todas a las paparruchas cuáquero-papistas sobre la santidad de la vida humana”, proclama León Trotski. Y en Su moral y la nuestra no solo justifica la toma de rehenes, sino que se lamenta de la “generosidad inútil” mostrada por la revolución.
Putin asegura que quiere desnazificar Ucrania, pero su proyecto imperial es una reencarnación del nazismo. Desprecia a los individuos, los considera instrumentales y prescindibles. Les arrebata la vida y, si pudiera, los enterraría con cal en zanjas anónimas, arrebatándoles su propia muerte. Eso es lo que Hitler hacía con los judíos y lo que es, en definitiva, cualquier totalitarismo: un intento organizado de erradicar la humanidad. Por eso importa mirar con detenimiento las fotos, restablecer la identidad de cada víctima, indagar quién es ese soldado que se apoya en el fusil y quién la dueña de esa maleta que permanece milagrosamente erguida en medio del fuego de mortero.