El inalcanzable hombre nuevo

El modelo de sociedad de Alberto Garzón pasa por que seamos algo que ni el propio Alberto Garzón está dispuesto a ser.

El documento Sostenibilidad del consumo en España que acaba de presentar Alberto Garzón invita a «repensar nuestros patrones» e ilustra sus propuestas con los estilos de vida de tres arquetipos imaginarios: Ana, una estudiante soltera; Pablo, un hombre soltero, y una familia de tres miembros. Basta echar un vistazo a las ilustraciones que acompañan cada perfil para darse cuenta de quién es el malo. El monigote de Pablo no solo lleva traje y corbata, sino que saca pecho desafiante, como diciendo: “A mí me vais a quitar el deportivo”.

Lo curioso es que Pablo es el que más se parece a Garzón. El ministro no usa el transporte público o la bicicleta ni es vegetariano, como Ana, sino que va al trabajo en coche y no le hace ascos a la carne, como puso de manifiesto el menú de su boda, donde se sirvió solomillo de ternera a casi tres centenares de invitados.

Esta inconsistencia no afecta en absoluto al mérito de sus recomendaciones, pero sí arroja sombras sobre su viabilidad. El modelo de sociedad de Garzón pasa por que seamos algo que ni el propio Garzón está dispuesto a ser.

La condición humana nos puede gustar más o menos, pero es la que es. El Che Guevara también creía que no había que aguardar a que la transformación de las relaciones de producción acabara con el Homo oeconomicus. La Revolución podía, mediante la educación, alumbrar a ese «hombre nuevo» igualitario y frugal, que obraría movido por el patriotismo y la solidaridad, en lugar de la codicia y el egoísmo.

No podía estar más equivocado.

En cuanto los cubanos vieron que les regalaban los servicios esenciales y que con sus salarios no podían acceder a demasiados lujos, optaron por quedarse en casa. El absentismo se disparó, la productividad se hundió y, en 1971, hubo que promulgar una dura ley contra la vagancia, que la tipifica como delito.

Desde Platón a José Antonio Primo de Rivera, pasando por Tomás Moro y Marx, todas las ideologías que postulan una sociedad perfecta acaban recurriendo a la coerción. El motivo es que el gobierno de las personas no es una ciencia exacta, como las matemáticas, donde cada problema tiene una y solo una solución. En política no hay una combinación precisa de libertad, igualdad y seguridad que sea objetiva y demostrablemente superior a las demás.

Me dirán que la salud es diferente y que Garzón hace bien instándonos a reducir la ingesta de carne, y no puedo estar más de acuerdo. Pero, ¿hasta dónde debería llegar en su celo por mejorar nuestra dieta? ¿Dispone de indicadores universalmente aceptados?

Juan José Millás describe en La muerte contada por un sapiens a un neandertal cómo, durante un chequeo, Juan Luis Arsuaga comprueba que ha cogido nueve kilos.

—Soy un gordo —se fustiga desolado.

—No, no eres gordo —dice el médico, y argumenta que nadie ha logrado definir en qué consiste el peso ideal—. Responde a un concepto emocional. Te dices: ¿podría adelgazar diez kilos? Sí: si no comes, te mueves, pasas un poco de hambre, etcétera, los adelgazas. Pero quizá has dejado de disfrutar de la vida, de tomarte un vino con unos amigos, o unas buenas migas… Ese es el punto que tienes que valorar.

O sea, repensemos nuestros patrones, pero dentro de un marco de tolerancia, en el que no sean el Che y el ministro de Consumo los únicos que puedan comer impunemente solomillo de ternera.

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