Está claro que no hay nada más terrible que la reiteración de algo desagradable, pero hasta lo agradable se degrada con la repetición.
Una de las peores rutinas de mi vida de recién casado era la compra de los sábados por la mañana. «¿Voy a tener que hacer esto el resto de mis días?», me preguntaba amargado entre los lineales destartalados del DIA de Cuatro Caminos. Esa misma duda me asalta cada vez que afronto alguna actividad tediosa: «¿Va a ser siempre así?»
«Lo divino, lo terrible, lo incomprensible es saberse inmortal», escribe Borges. Los humanos nos pasamos la existencia angustiados por la perspectiva de la muerte, pero ¿y si no la hubiera? Como el protagonista del relato borgiano, descubriríamos que beber del río que da la inmortalidad te condena a una insufrible repetición. No hay nada por lo que esforzarse. En una eternidad da tiempo a que todo suceda y de todo te hartes, y acabaríamos buscando desesperados otras aguas que nos devolvieran la mortalidad.
«La intensidad y la dedicación que ponemos en muchas empresas», observa el filósofo Todd May, «no se explican si no se tiene en cuenta que las oportunidades con que contamos para disfrutarlas son finitas. […] La inmortalidad, por tanto, amenaza nuestros empeños». Está claro que no hay nada más terrible que la reiteración de algo desagradable, pero hasta lo agradable se degrada con la repetición. Lo que preserva la ilusión es la singularidad.
Pensemos en un esfuerzo trivial, como una dieta o una tabla de gimnasia. No es realista plantear que las haremos desde ahora y sin solución de continuidad. ¿Por qué no probar solo por hoy y ver qué pasa?
Así comienza cada propósito del Decálogo de la Serenidad de Juan XXIII.
«Solo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto […] y no pretenderé criticar o disciplinar a nadie, sino a mí mismo. […] Solo por hoy dedicaré 10 minutos a una buena lectura. […] Solo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie. […] Solo por hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer».
Varias de las prescripciones invitan a hacer de tripas corazón para sortear los pequeños obstáculos que se nos cruzan en el camino, como esa compra semanal de recién casado. Pero hay una recomendación que me interesa en especial, porque no ayuda simplemente a sobrellevar las cargas. Las aligera y dota de sentido.
«Solo por hoy», dice el papa, «seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no solo en el otro mundo, sino en este también».
¿Qué nos impide arrancar cada día convencidos de que una dicha razonable está al alcance de nuestras manos? ¿No es, después de todo, la existencia un regalo, aunque una parte deba destinarse a empujar el carrito por el supermercado? Imaginemos por un momento que nos diagnosticaran una enfermedad terminal. ¿No pensaríamos: quiero que me devuelvan mi vida, incluidos esos sábados en el DIA de Cuatro Caminos?
Cualquier situación adquiere una dimensión especial cuando se repara en su carácter efímero. Hagamos caso de Juan XXIII. Solo por hoy. Mañana ya veremos.