Por qué hacemos favores

Como dicen los esquimales, el mejor lugar para guardar la comida que te sobra es el estómago del vecino.

Este verano logré al fin deshacerme de la máquina de remar. No hacía más que estorbar en el cuarto de la caldera. Tenía unos estribos contra los que me dejaba el tobillo siempre que entraba a poner el agua caliente o a coger alguna herramienta.

—Recuérdame —le dije a mi mujer la última vez acariciándome el astrágalo— que se la dé al chatarrero en cuanto pase.

Pero el chatarrero esquivaba cuidadosamente nuestra casa, conque agarré la máquina, la metí en el maletero del coche y la llevé a un punto limpio.

—Está en perfecto estado —le dije al encargado.

Ni siquiera la anotó en su registro.

—¿Le importa si me la quedo? —me preguntó.

—En absoluto —contesté, y me marché encantado.

—Pero, ¿por qué se la has regalado? —me reprochó un parroquiano cuando lo comenté henchido de satisfacción en el Calridge.

—Seguro que la vende —apuntó otro como si se tratara de una perversión inconfesable.

—¿Tú vas por la vida haciendo favores así? —añadió un tercero con un hiriente tono de desprecio.

No supe qué responder. Por fortuna, no hizo falta. En ese instante apareció en la televisión Carlo Ancelotti valorando la lesión de Benzema y se hizo un respetuoso silencio. A continuación se abrió en el bar un debate sobre los posibles relevos del delantero francés, luego la conversación derivó hacia lo bien que se ha reforzado esta temporada el City y lo acabado que está Lewandowski. Nadie recordaba ya el incidente de la máquina de remar, pero yo seguía dándole vueltas en la cabeza.

¿Voy por la vida haciendo favores así?

La verdad es que si me piden uno y puedo hacerlo, lo hago. Naturalmente, no me desentiendo de las consecuencias. Al asesino que persigue a su víctima y te pregunta dónde se oculta, no se lo digo aunque lo sepa.

¿Y no abusan de mi buena fe? Es una posibilidad. No existe, por ejemplo, ninguna garantía de que el mendigo al que entrego una limosna no se la gaste en un brik de vino y maltrate después a su mujer y sus hijos. Pero, primero, solo somos plenamente responsables de nuestros actos, no de los ajenos. Y segundo y más importante, la gente es decente. Juzgo por mí mismo, que soy el hombre que tengo más a mano, y observo que, aunque me encuentro lejos de la santidad, obro por lo general con rectitud y deduzco de ello que también los demás lo hacen.

Por eso, si negara sistemáticamente cualquier favor por temor a ser defraudado, haría pagar a una mayoría de justos por unos pocos pecadores. Y a la larga, esta falta de fe en la humanidad se volvería como un bumerán contra mí, cuando necesitara ayuda y me la negaran. En este mundo recoges lo que siembras. Como dicen los esquimales, el mejor lugar para guardar la comida que te sobra es el estómago del vecino.

En cuanto a que el destinatario de mi máquina de remar vaya a lucrarse con ella, es natural. Todo el que pide un favor lo hace para obtener un beneficio, y que este sea económico no afecta a la valoración moral. ¿Qué más da? Podía haber aprovechado quizás para sacar yo también unos euros, pero lo que quería era entrar en el cuarto de la caldera y no dejarme más el tobillo. Igual me precipité, pero esas cosas las ves cuando ya no tienen remedio ni le importan a nadie, como la respuesta de los parroquianos del Calridge a si voy por la vida haciendo favores así.

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