El fracaso es tu maestro

«Te conviertes en un gran campeón cuando pierdes».

Una frase que mi madre repetía con cierta frecuencia es que la suerte de la fea la guapa la desea. No es que nos la dijera para consolarnos por no haber salido agraciados. Al contrario. Mis dos hermanas son guapísimas y mis dos hermanos, altos y bien parecidos. Yo soy quizás el más ñarro. No me hubieran venido mal unos centímetros más de estatura y un poco más de pelo, y en ello pensé cuando, antes de la pandemia, coincidí en la puerta de embarque del aeropuerto de Bogotá con un ejemplar de la especie absolutamente excepcional: un joven grande y ancho de hombros, de facciones más que agradables y abundante melena.

«Ya», me consolé, «pero seguro que viaja en turista».

Pues no. Iba en primera, como yo.

«Ya», me consolé cuando advertí que se acomodaba un par de asientos delante del mío, «pero seguro que es el típico pijo de familia bien, sin oficio ni beneficio».

La idea de que la belleza no es tanto una ventaja como un obstáculo para llevar una existencia plena tiene cierto fundamento empírico. Todos tenemos en mente las tumultuosas y desgraciadas andanzas sentimentales de algunos grandes sex symbols de la historia: Marilyn Monroe, Errol Flynn, Ava Gardner, Paul McCartney, Audrey Hepburn, Johnny Depp. Tuvieron la oportunidad de escoger a la persona que hubieran querido, a su media naranja, a su pareja ideal. ¿Por qué no prestaron más atención?

Las personas atractivas disfrutan de una importante ventaja de partida, y no solo en el amor. Un estudio de la Universidad de Búfalo corroboraba hace poco que «tienen más posibilidades de ser contratadas, reciben mejores evaluaciones y cobran más». Al parecer, los demás les asignamos inconscientemente «más características positivas (por ejemplo, más inteligencia) y mayor estatus» y, a diferencia de sus congéneres menos favorecidos, «cuyas opiniones son a menudo ignoradas», las respetamos y admiramos.

Lamentablemente, este capital no siempre se invierte juiciosamente. Mientras los individuos que tardan en construir una relación se afanan por cuidarla, porque son conscientes del coste que comportaría sustituirla, el guapo cree que no tardará en encontrar a alguien igual o mejor y no se esfuerza tanto. Y el éxito de la convivencia depende mucho más de ese acomodo lento y paciente que del acierto en la elección inicial.

«Las medias naranjas», escribe la ensayista Ada Calhoun, «no nacen, se hacen». Requieren trabajo y dedicación, y la buena fortuna nos vuelve perezosos.

«Nunca aprenderás a jugar bien al póquer si tienes suerte», explica el campeón Erik Seidel en El Gran Farol. «Si ganas nada más llegar —si tu primera incursión en un nuevo territorio es un éxito rotundo—, no tendrás modo de calibrar si realmente eres brillante o si ha sido fruto de la casualidad». Resulta demasiado sencillo no detenerse a cavilar, a analizar. ¿Para qué? Todo va bien, ¿no? Pero si quieres crecer, el éxito es tu enemigo y el fracaso, tu maestro. «Te conviertes en un gran campeón cuando pierdes».

Naturalmente, la hermosura no es una maldición ineluctable. Hay numerosos contraejemplos de estrellas que han disfrutado de matrimonios largos y dichosos: Paul Newman y Joan Woodward, Tom Hanks y Rita Wilson, George Clooney y Amal Alamuddin.

Tampoco el joven con el que coincidí en el aeropuerto de Bogotá resultó un pijo sin oficio y beneficio. A mitad de vuelo, cuando nos encontrábamos a miles de metros sobre el Atlántico, el comandante anunció por megafonía que había una emergencia y preguntó si viajaba algún médico en el pasaje.

Adivinen quién se levantó y, sosegada y eficazmente, resolvió la situación.

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