La eterna lucha entre el principio del placer y el de destrucción, entre Eros y Tánatos.
Freud postulaba que dos tipos de impulsos gobiernan nuestro comportamiento: los que promueven la conservación y los que diseminan la destrucción, las pulsiones de vida y las de muerte, Eros y Tánatos. Había observado en los veteranos de la Primera Guerra Mundial una propensión a recrear sus experiencias traumáticas que contradecía el principio del placer y la atribuyó a la añoranza animal de un estadio anterior a nuestro nacimiento.
Este íntimo y eterno antagonismo no se produce únicamente en nuestro fuero interno. También puede darse a gran escala. Lo cuenta John Higgs en Love and Let Die. En la década de 1960, mientras los Beatles clamaban que todo lo que necesitas es amor, Bond aplicaba una receta mucho más pragmática: vive y deja morir.
Son dos estrategias antagónicas, pero igualmente insatisfactorias. La primera peca de ingenuidad. Lejos de solucionarlo todo, el amor es en sí mismo una fuente permanente de conflictos, y no hay más que ver las tumultuosas ejecutorias sentimentales de McCartney o Lennon, por no mencionar la fastidiosa manía de Harrison de encamarse con las parejas de los amigos, incluido el propio Ringo Starr.
En cuanto a vivir y dejar morir al enemigo, Stalin ya comprobó que era una tarea agotadora e interminable. Durante la Gran Purga de entreguerras, cuentan que pidió por favor que le agruparan las sentencias de muerte, porque cuando las firmaba una por una terminaba con unos dolores terribles de mano. Pobre.
Si hubiera que decidir cuál de los principios ha prevalecido en Occidente a lo largo de la historia, el ganador sería indudablemente Tánatos. La humanidad se acuesta mucho, pero ama poco, exactamente igual que 007. «Cuando fantaseamos con llevar la existencia de Bond», argumenta Higgs, «apoyamos inconscientemente los poderes fácticos». Esta fascinación se debilitó, sin embargo, «enormemente con la llegada de los Beatles», y no podía consentirse.
En los años siguientes iba a librarse «en la psique británica» una batalla cuyo resultado es conocido. Aunque Tánatos corrompió rápidamente el corazón de los Beatles con su cohorte de envidia, avaricia e ira, sus componentes no tardaron en descubrir que el público no los apreciaba tanto por separado como juntos y, en 1976, hubo un intento parcial de recomposición. McCartney había ido a visitar a Lennon en Nueva York. Por la tele estaban dando Saturday Night Live y Lennon le contó que le habían ofrecido una cantidad exorbitante por volver a tocar juntos en el programa. «Deberíamos ir tú y yo», le animó, y «por un segundo», recordaría más adelante McCartney, «dijimos: ¿lo hacemos? No sé qué nos detuvo…».
Higgs sí lo sabe. Bond se les había adelantado. Unos años antes, los productores de Vive y deja morir habían encargado a McCartney una canción para la banda sonora de la película. Muchos críticos han reparado en la frecuencia con que en la franquicia las mujeres caen después de entregarse a 007, y en esta ocasión no fue diferente.
«Si Paul [McCartney] no hubiera triunfado fuera de los Beatles», argumenta Higgs, «es posible que hubiera accedido a la reunificación. El éxito de Vive y deja morir, seguido por el de Band on the Run, convirtieron a Paul McCartney y los Wings en un negocio justo cuando la reunificación de los Beatles parecía más plausible». Y concluye: «Bond no mató a los Beatles, pero es una extraña ironía que, una vez separados, los mantuviera muertos».