Las oportunidades están sobrevaloradas

Si pierde un tren, no se agobie, porque detrás viene otro.

Al principio de En Lake Success, Barry Cohen, el gestor de un fondo de inversión de 2.400 millones de dólares, entra tambaleándose en una terminal de autobuses. La Comisión del Mercado de Valores lo investiga, el FBI puede detenerlo en cualquier momento, su mujer lo ha echado del apartamento de 370 metros cuadrados de Manhattan y él ha decidido huir en busca de su novia de la universidad. «Desde hacía tres años», cuenta Gary Shteyngart, «cada vez que los números rojos aparecían en el monitor de Bloomberg», Barry pensaba en «esa rampa de salida al cielo».

En los instantes de tribulación, es inevitable desandar mentalmente el camino hasta alguna encrucijada del pasado. ¿Y si hubiera cursado aquel posgrado? ¿Y si hubiera aceptado aquel puesto en Londres o París o Bruselas? ¿Y si hubiera seguido saliendo con la chica que conocí aquel verano?

Recuerdo cuando en agosto de 1983 me incorporé al campamento de instrucción de reclutas (CIR) de Santa Ana. Había compartido tren con un exrecluso de Carabanchel que atendía por el Tigre, debido al tatuaje monstruoso (en todos los sentidos, intimidatorio y mal hecho) que ocupaba su espalda. Un día, haciendo cola para unas prácticas de tiro, el tipo que tenía delante me dijo que a él estas cosas no le impresionaban, porque había ido mucho de montería y estaba habituado a disparar con escopeta y hasta con fusil de mira telescópica.

El Tigre estaba detrás de mí.

—¡Anda! —terció con tono despectivo—. Y yo he disparado con recortadas y con automáticas y con revólveres…

—¿Cazas también? —le interrumpió el de delante.

—No, levanto rurales —aclaró el Tigre.

¿Me creerán si les digo que el Tigre no era el sujeto más indeseable de la compañía?

Había en particular un loco que, justo antes de que tocaran silencio, gritaba con un cerrado acento cordobés: «¡Esta noche voy a por ti!» y citaba a continuación el número de la litera cuyo desgraciado ocupante sería objeto de todo tipo de vejaciones. Los motivos de la atención eran irrelevantes. Bastaba muy poco para provocar al Córdoba: quitarle el que él consideraba su sitio en la formación o el comedor, aguantarle la mirada, pasar por ahí… Nunca podías estar seguro de que no fuera a cantar tu número y, en medio de aquella angustia, yo me maldecía a mí mismo por no haberme tomado más en serio las pruebas de acceso a alférez de complemento.

—Nunca más —me juramenté— dejaré pasar una oportunidad.

A partir de ese instante me convertí en el peluso más aplicado del CIR, sin reparar en que no me encontraba en el entorno más meritocrático. Por bien que te portaras en la mili, tu suerte apenas variaba. Como en las antiguas democracias populares, tu existencia discurría por un cauce predeterminado y estricto. Eso tiene la ventaja indudable de la irresponsabilidad. El que te vaya bien o mal deja de ser culpa tuya, lo que, por un lado, alivia la carga de la existencia, pero por otro la despoja de dirección y de proyecto. Milan Kundera habla de la insoportable levedad del ser y en el cuartel podías efectivamente comprobar cómo el tedio había corroído la ilusión de muchos soldados profesionales, empujando incluso a alguno a la depresión y la bebida.

Una vez cerrado mi paréntesis en el ejército, pude al fin poner en práctica mi nueva filosofía y, desde la atalaya de la edad, debo decir que las oportunidades son mucho más abundantes y mucho menos determinantes de lo que el cine y la literatura sugieren. Si pierde un tren, no se agobie, porque detrás viene otro.

—Ya —me objetarán—, pero no llevan al mismo sitio.

Probablemente, pero los destinos no difieren tanto. Usted imagina que si hubiera cursado aquel posgrado hoy sería CEO de una gran multinacional, pero es altamente improbable, por la sencilla razón de que hay miles de alumnos de posgrado y apenas un puñado de multinacionales. Tampoco le habría ido mucho mejor en Londres, París o Bruselas, porque, como advierte Kavafis, los gigantes y los cíclopes que se interponen en nuestras travesías los llevamos en el alma. En cuanto a la chica que conoció aquel verano, la felicidad conyugal depende mucho más de cómo gestionamos la convivencia que del acierto en la elección de pareja.

Las oportunidades están sobrevaloradas y lo único más estéril que lamentarse de las que hemos dejado escapar es volver sobre nuestros pasos y tratar de tomar «una rampa de salida al cielo», como hace Barry Cohen, el protagonista de En Lake Success.

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