El humor corroe la vida como un ácido, pero no se inquieten, porque la vida sabe defenderse.
«Cuando dos cosas se parecen en algo, su aproximación muestra mejor las diferencias», escribe Julián Marías a propósito de dos películas: Las vacaciones del señor Hulot y Un optimista de vacaciones(caprichosa traducción del Mr. Hobbs Takes a Vacation original).
Marías fue un excepcional crítico cinematográfico. Como recuerda Alfonso Basallo, se consideraba un «espectador fiel y entusiasta» y aprovechaba esta afición para «analizar temas de gran calado: el amor, la libertad, la muerte, etcétera».
En la reseña que nos ocupa, el filósofo contrapone dos tipos de humor.
El de Hulot es el del mimo, el del caricato. La cinta carece prácticamente de argumento. Asistimos a una sucesión de las parodias con las que su director y protagonista, Jacques Tati, se había dado a conocer en el teatro de variedades.
¿Qué nos hace gracia de Tati cuando imita a un tenista?
La rigidez, la repetición, los movimientos bruscos y sincopados de autómata. Es una de las claves de la comicidad que señala Bergson: «[Los gestos] del cuerpo humano son risibles en la exacta medida en que este cuerpo nos hace pensar en un simple mecanismo».
Por lo visto, nos divierte percibir «al trasluz» un engranaje «en el interior de la persona», mirar al tenista con la mente implacablemente lógica del ingeniero, descomponerlo en sus partículas elementales.
Sucede algo parecido cuando definimos el tango como «la expresión vertical de un deseo horizontal». La reducción de la realidad no ya a sus movimientos básicos, sino a sus instintos básicos pone de manifiesto su absurdo. «Reconozcámoslo», nos viene a decir el chiste, «no somos más que animales». Y nos reímos, aunque muy bien podríamos angustiarnos. El humor corroe la vida como un ácido.
Pero no se inquieten, porque la vida sabe defenderse, como revela nuestra segunda película, Un optimista de vacaciones.
Aquí, nos explica Marías, no se da el grado de «estilización» o abstracción de Tati. Hay un argumento, aunque «sencillísimo». El señor Hobbs, un empleado de banca de San Luis, Misuri, está harto de la gran ciudad y alquila una vieja casa a orillas del Pacífico. Lo acompaña la familia extendida: la esposa, las dos hijas casadas con los correspondientes yernos y un nieto, el hijo que solo quiere ver televisión y Katey, una preadolescente profundamente acomplejada por el aparato dental que la han obligado a llevar.
En un momento dado, asisten a una fiesta y, en vista de que nadie parece hacer caso de Katey, el señor Hobbs difunde discretamente la especie de que pagará cinco dólares a quien la saque «y desde lejos», escribe Marías, «vigila la operación, billete tras billete, hasta que la chica olvida sus dientes y el hierro que los aprisiona y baila […] feliz, y el primer muchacho, al despedirse de él y estrecharle la mano, le deja en ella el billete arrugado».
Luego volveremos sobre esta anécdota.
Ahora me interesa otra cuestión. «¿Qué [humor] es más eficaz o más artístico?», plantea Marías. Y se responde a renglón seguido: «La pregunta no acaba de tener buen sentido».
Marías era un hombre muy preciso en el uso del lenguaje.
No dice que la pregunta no acabe de tener sentido, sin más. Dice que no acaba de tener buen sentido. Porque es obvio que tiene sentido. Él mismo ha declarado que «cuando dos cosas se parecen en algo, su aproximación muestra mejor las diferencias».
Lo que no tiene es buen sentido porque, en rigor, estamos comparando peras con manzanas.
La comicidad de Tati está demasiado alejada de la vida como para emocionarnos. La disfrutamos igual que un pasatiempo intelectual o un juego de manos. Por eso (si me lo permiten) ha envejecido tan mal. La eficacia de la prestidigitación depende de la sorpresa. Si el público está sobre aviso, si ha presenciado el número más veces y se conoce el truco, pierde interés.
Un optimista de vacaciones está en otro nivel. Literalmente.
Como esos pilotos que encarna Tom Cruise, vuela muy bajo, a ras de agua. Por eso la vida lo salpica de cuando en cuando, impetuosa, como en la escena del billete de cinco dólares. La broma del padre, que pretendía reducir los sentimientos al instinto básico de la avaricia, se ve desarbolada por la emergencia del amor sincero.
No solo el humor se ríe de la vida.
También la vida se ríe del humor y lo hace, como recomienda Marías, aproximando dos cosas que se parecen: el mundo real y nuestras meritorias, aunque limitadas, teorías.