El sentido de la vida

Este país se parece cada día más a las viñetas de El Roto, pero no ha de ser en vano.

 Para Spinoza, el problema del mal es una mera cuestión de perspectiva. Si viéramos el universo tal y como lo ve Dios, bajo el aspecto de la eternidad (sub specie aeternitatis, decía él), nos daríamos cuenta de que nada es innecesario, de que todo tiene su justificación. Lo que a nosotros nos parece sufrimiento gratuito lo es sólo porque lo consideramos aisladamente, igual que la cebra que está siendo devorada por un león, llevada por la lógica emoción del momento, es incapaz de apreciar el lugar privilegiado que ocupa en la cadena trófica.

Incluso el crimen más abominable, la traición de Judas, fue imprescindible para que se cumpliera el plan de la Redención. Y otro ejemplo más: el incendio que devastó este verano la Gomera. Seguro que el señor cuyo chalecito quedó reducido a pavesas tiene su propia opinión al respecto, pero sub specie aeternitatis el fuego era preciso para regenerar el bosque y que la nueva vegetación brotara sana y vigorosa.

Con la crisis sucede lo mismo. Es desalentador ver cómo este país se parece cada día más a las viñetas de El Roto, pero si elevamos nuestro espíritu comprenderemos que todo lo gobierna la necesidad más absoluta. Muchas empresas y muchos hogares se habían endeudado hasta niveles insostenibles al calor de la burbuja crediticia. Como ángeles vengadores, las subprime se abatieron sobre ellos desde el paraíso capitalista para separar a justos de pecadores.

Pecadores que, sub specie aetermnitatis, tampoco lo son, claro. Porque, si nos seguimos elevando, entenderemos que esas empresas y esos hogares no se endeudaron en vano, sino para que la poderosa industria exportadora alemana pudiera sacar al país de la postración en que había quedado tras la reunificación. Fueron 10 años de consumir sin descanso y que ahora ya ven cómo nos pagan.

Deberían enseñar más a Spinoza en los institutos alemanes.

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