No es la meta la que justifica el esfuerzo. Es el esfuerzo el que justifica la meta.
Cómo crecen los libros. “El paso de la vida es el irse convirtiendo uno de poeta en bibliotecario”, escribe Umbral. Ese fue el caso de mi padre. Dejó su casa forrada de libros. El salón, el despacho, el cuarto de la tele, el recibidor. Salvo en el baño y la cocina, en todas partes levantó una pequeña muralla. De pie ahora frente a una de ellas pienso: ¿para qué? Toda esa sabiduría se esfumó con él. Consagras media existencia a desbrozar textos, subrayar frases, acumular ideas y empujar esa mole ladera arriba para que, al final, quede sin dueño y ruede como la piedra de Sísifo al fondo del valle.
“Sísifo es el héroe absurdo”, recuerda Camus. Cabe, sin embargo, eximir de esta acusación de inutilidad a los manuales técnicos. En uno de ellos aprendió mi padre a manejar una cámara de cine. De madrugada, después de cerrar el periódico, aprendía los rudimentos de la iluminación, la exposición, el encuadre. Así consiguió un empleo en Televisión Española.
Veo también un par de enciclopedias de los deportes en las que se detallan los reglamentos de las distintas especialidades: el fútbol, el baloncesto y el tenis, claro, pero también el curling, el pentatlón moderno o el ciclismo en pista cubierta. En la época heroica del paseo de la Habana no había especialistas en TVE. Te mandaban lo mismo a transmitir una carrera de motos que un partido de béisbol y, como no te documentaras un poco antes, no te enterabas ni del nodo.
¿Y qué sucede con los libros de religión o filosofía? ¿Se merecen el indulto? Creo que sí, y les daré un ejemplo. Mi padre evolucionó desde el agnosticismo de su juventud a una fe ecléctica en la madurez. Desconfiaba de la Iglesia, pero le fascinaba la figura de Cristo y, como siempre que se entusiasmaba con algo, no dudaba en hacer apostolado en cuanto le dejaban meter baza (algo muy difícil de evitar). En una terraza de la costa habló una noche de agosto de la biografía de Jesús que estaba leyendo. Un amigo que había perdido un hijo durante la terrible plaga de heroína y sida de los 80 tomó discretamente nota de su recomendación apasionada y muchos años después le confesaría que aquella lectura le había devuelto la paz.
Pero la inmensa mayoría de los ejemplares por los que paseo la mirada carecen de utilidad inmediata. Cela, Delibes, Umbral, González Ruano, Camba. Ninguno enseña lo que conviene abrir el diafragma o cuándo hay fuera de juego. ¿Por qué entretenerse con ellos?
“El hombre apenas posee más que el préstamo temporal de su cuerpo”, dice James Branch Cabell, “pero ese cuerpo posee una curiosa capacidad de gozar”. Para el designio final del universo quizás no importe lo que goce cada hombre y cada cuerpo, pero ¿existe ese designio? Lo único que sabemos es que cuando nos marcamos una meta y ponemos el alma en alcanzarla, cualquier inquietud desaparece y el tiempo fluye veloz y placentero. “No hay un motivo mejor para hacer ciencia que la sensación de plenitud que aporta a la mente del investigador”, argumenta Mihaly Csikszentmihalyi. Y añade que cuando a Albert Michelson le preguntaron por qué había dedicado tantas horas a medir la velocidad de la luz, contestó: “Era tan divertido…”
El mito de Sísifo es trágico porque su protagonista tiene conciencia. El héroe sufre cuando se plantea el objeto último de su empresa. Pero, ¿no ocurre lo mismo con todo? ¿Qué sentido tiene para el halterofilista levantar 166 kilos en arrancada y dejarlos caer al cabo de breves instantes? ¿O para el alpinista coronar el Everest y bajar luego a toda prisa, antes de que una tormenta lo sorprenda?
No es la meta la que justifica el esfuerzo. Es el esfuerzo el que justifica la meta. “El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre”, dice Camus. Y concluye: “Hay que imaginarse a Sísifo feliz”.
Me ha gustado mucho Miguel, y que me dices del recuerdo suyo que hay en cada libro. El primero en buscar es su foto-marcapáginas algunas de ellas son un tesoro olvidado y hallado, tengo una Antología de la Codorniz que su marca-páginas es una postal de Arcachon. Y después esas palabras subrayadas que te interrumpen la lectura porque te quedas pensando por qué le llamaría la atención si parece muy sencilla.
Y luego las frases que le llamaban la atención las pasaba cuidadosamente a máquina, para usarlas a menudo en sus artículos. Sí, puedes elaborar un retrato de sus inquietudes a partir de esas citas. Un beso muy fuerte y muchas gracias.